I. M. G., de 17 años, forma parte de una cruenta estadística de accidentes de tráfico que ocurren a diario y al que la sociedad desafortunadamente se ha ido acostumbrado, sin entrar a valorar que detrás de las iniciales hay una tragedia familiar y no sólo se rompe la vida del que muere, sino de quienes lo querían.

Ismael M. G. había cumplido los 17 años en abril. Casi un niño, que como otros niños de la barriada de Suerte de Saavedra se pasaba las horas en la calle, con los amigos de su pandilla. Prácticamente no hacían nada y para Ismael, como para la mayoría de sus compañeros, la moto es una liberación.

El domingo pasado, Ismael acudió a la iglesia con muchos de sus amigos, algo no habitual en su grupo. Se cumplía el primer aniversario de la muerte de otro chico de la pandilla, que también perdió la vida el año pasado. Estaba de acampada en La Codosera y cuando salió a la carretera un coche lo atropelló. Esta vez la muerte sobrevino lejos del barrio.