Chicles
TStupongo que se habrán fijado en esas manchas negras, redondas, del tamaño de monedas de dos euros que hay por casi todas las aceras de Badajoz, "como lunares" me decía un señor que llamó a la radio para quejarse de lo sucio que estaba todo. Trasladamos la pregunta a José Antonio Monago y dijo que eran chicles. La misma respuesta que me habían dado otras personas cuando, intrigada, examiné las manchas que adornan el pavimento. No lo podía creer, aún me resisto a creerlo porque no es ni uno ni dos, ni tan siquiera son diez ni veinte, ni cincuenta ni cien. Creo que son miles. Me parecen demasiados chicles o, mejor dicho, demasiadas personas escupiéndolos en el suelo en lo que, además, parece un trabajo realizado con cierto esmero porque no están superpuestos como sería lógico que ocurriera si los negros lunares fueran el producto de chicles mascados lanzados al azar, sino que están unos juntos a otros, muy cercanos pero sin estorbarse. Si se han detenido a mirar habrán observado lo que les cuento y, además, otra cuestión que tener en cuenta: ante lo elevado de su número sería lógico pensar que diariamente llegaríamos a casa o al trabajo con varias gomas de mascar, aún frescas, pegadas a las suelas de los zapatos pero, al menos a mí, no me ha ocurrido eso; alguna vez que otra, pero nada tan frecuente como sería normal con un suelo decorado con esa sustancia pegajosa. En fin, que todas mis reflexiones me llevan a rechazar la teoría del chicle pero confieso que no tengo ninguna otra para sustituirla. He pasado tiempo mirando las redondas manchas. Si toco las más abultadas con el filo del zapato, compruebo que son gomosas aunque no se pegan. Solo me falta palparlas, pero hasta ahí no alcanza mi curiosidad. ¿Qué serán? ¿Cómo se quitarán? Tuve un olvido imperdonable. No pregunté a quien correspondía si habían intentado liberar a la ciudad de esta plaga que se extiende por el suelo como un maligno hongo.
Dejando abierta la teoría de la goma de mascar, me dicen quienes entienden de fechorías infantiles que en frío y con una espátula, el chicle se desprende. Esperemos al invierno. Lo probaré.
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