Su casa fue la primera que se declaró siniestro total. Apenas llevaban cuatro años casados y su hijo tenía un año. Habían reformado y ampliado una vivienda, en la calle Pero Pérez --era «prácticamente nueva»--, y el agua la destruyó por completo. Al matrimonio formado por Soledad Vargas y Francisco Manuel la riada les dejó sin un techo, sin parte de su negocio (su almacén estaba justo en el cruce de los arroyos Rivillas y Calamón) y también sin muchos de sus recuerdos. Veinte años después la imagen de sus trajes de novios dentro de un armario entreabierto que acabó bajo el puente sigue intacta en la memoria de Soledad. A pesar de todo, reconoce que fueron afortunados porque solo sufrieron pérdidas materiales. «Tuvimos que empezar de cero, pero dábamos gracias a Dios por estar vivos».

Lo que vivieron aquella noche perdura en sus recuerdos, forma parte de sus vidas y los ha marcado, como a otras muchas familias del Cerro de Reyes. Soledad confiesa que al principio se quiso aferrar a sus cosas, trataba de recuperar todo lo que podía --o más bien lo poco que dejó la avalancha de agua y barro--, pero la mayoría no servían ya para nada y finalmente hubo que tirarlas.

Su tío les proporcionó casa a ella y a sus tres hermanas, también afectadas, hasta que se fueron a vivir a las de realojo, en la parte nueva del Cerro de Reyes. Soledad y su marido tenían planes de tener otro hijo pronto, pero tuvieron que posponer la decisión varios años tras la tragedia. Ahora Marcos, el mayor, tiene 21 y la menor, Sara, 16. Cuando habla con ellos de lo que ocurrió aquella madrugada del 6 de noviembre de 1997 trata de transmitirles que sus padres tuvieron suerte de salvar sus vidas, pues fueron muchos los que la perdieron. También les habla de la marea solidaria que despertó lo sucedido dentro y fuera de Badajoz, por parte de conocidos y de menos conocidos, que se volcaron en ayudar a los afectados.

La riada les cambió la vida y también el Cerro de Reyes que conocían desde que eran niños. «Mi barrio de toda la vida no se ha recompuesto. Era un barrio de obreros, pero no marginal», defiende. Los vecinos que ocupaban las casas que se llevó el agua se dispersaron y con ellos se llevaron la comunidad que conformaban. «Gran parte de la vida del barrio giraba entonces alrededor de la parroquia, que era el centro de las asociaciones que luchaban por transformar la barriada, por los jóvenes, los mayores... Eso se rompió», lamenta.

A pesar del tiempo que ha transcurrido, Soledad Vargas asegura que todavía tiene pesadillas «con que mis hijos se ahogan» y cuenta que a día de hoy no ha sido capaz de ver aún la película Titanic.