A todos nos da una inmensa pena que nuestros niños pierdan la ilusión cuando se rompe la magia de los Reyes de Oriente y dejan de creer que realmente existen. Es maravilloso confiar a ciegas, superando todos los obstáculos que la razón impone, en que existen tres personajes que en una sola noche recorren el mundo entero haciendo realidad los deseos.

La carta de los Reyes Magos viene a ser algo parecido al programa con el que los partidos se presentan a las elecciones para conquistar los corazones de los votantes. Con la diferencia de que un niño no puede echar cuentas si la mañana del día 6 de enero le falta alguno de los regalos de su lista, porque además no tiene a quién reprochárselo. No le queda otra que conformarse y pensar en qué hizo mal para no merecer lo que pidió. Pero los electores no deberían conformarse con recibir cualquier presente y tendrían que mostrar su disconformidad si lo que encuentran bajo el envoltorio no coincide con lo que prometió el partido que gobierna cuando se postulaba para ganar. Al final de cada legislatura, deberían hacer recuento de todas las dádivas no conseguidas, porque si no, de qué vale el programa electoral, de qué sirve la carta a los Reyes Magos.

Si sus Majestades de Oriente existiesen, cada barrio de Badajoz podría enviarles una misiva con promesas incumplidas o necesidades sin satisfacer. Cerro Gordo pediría su segunda rotonda de entrada, que tantos años lleva reclamando y el Gobierno central comprometiendo. También un instituto de Secundaria, para los niños que un día necesitaron un colegio que ahora se está construyendo y que ya no estrenarán porque han crecido por ley de vida. Los vecinos de los poblados pedirían contar con autobuses los fines de semana que los trasladen a la ciudad de la que forman parte como el resto de los barrios. El Casco Antiguo insistiría en la puesta en marcha del manido Consorcio, en contar con vigilancia policial que acabe con la sensación real de inseguridad, en que no haya inmuebles en ruinas y que El Campillo brote del papel.

La margen derecha ya va a tener su piscina, que será de todos, no solo de la otra parte del río, y que lleva añadiendo cada año a la lista desde hace muchos, siempre en forma de posdata, para que sus Majestades no olvidasen que estaba pendiente. Los jugadores del Santa Isabel volverán a incluir en su correspondencia los campos de fútbol. El Cerro del Viento, que de una vez por todas se derribe el estado José Pache y su perfil fantasmagórico. A los vecinos de la barriada de Tulio ya no les quedan folios suficientes para escribir todo lo que necesitan, porque no tienen nada más que sus viviendas. Si en otros barrios se hizo, ellos no quieren ser menos. Volverán a agacharse junto al árbol para buscar sus regalos, porque su error está amortizado desde hace mucho tiempo y no pueden recibir carbón de por vida.

En Suerte de Saavedra, por pedir que no quede, sus cartas firmadas por una tal Dusi no acaban de llegar a su destino y no van a cejar en el intento de que sus mayores tengan un lugar en el que echar la partida o reunirse, como tienen en otros barrios. Menos mal que se les ocurrió el autorregalo de los huertos urbanos, cuyo fruto están recolectando en forma de ordenanza, que también se ha hecho esperar. En los barrios al norte de la vía del tren, las cartas son tan largas que deben enrollarlas a modo de pergaminos egipcios. Hasta el instituto San José ha pedido más alumnos. Todo cuesta tanto y cuando algo llega son tan agradecidos, que no se atreven a protestar si en la noche mágica solo cae un detalle. No es suficiente con haber sido buenos. Quieren ser importantes.