Desde su casa veía su tienda de alimentación situada enfrente, ambas en la calle Caballero Villarroel. El supermercado permanece cerrado desde que Félix Álvarez de Lara Galán se jubiló. Ahora tiene 77 años. La vivienda ya no existe porque fue derribada y en su lugar se construyó un muro que limita la calle con el parque del arroyo. Su vecina Nemesia no logró salir aquella noche y fue una de las fallecidas. La casa de Félix, en el número 16, tenía dos plantas y una terraza, que los salvó, pues fue su refugio, el de Félix, su mujer Isa, su suegra y sus cuatro hijos. Allí permanecieron hasta el día siguiente al mediodía. La más pequeña tenía 16 años. Desde allí arriba vieron «que se me iba todo al garete». Félix recuerda bien lo ocurrido aquella noche de hace 25 años. «El agua arrastraba coches, vacas, borregos, caballos, era un disparate, como se ve en la televisión, siempre el mismo error, un regato lleno de porquería». Pero al contrario de otros, dice que se le ha ido el miedo que sentía cuando llueve. «Se te quita, hay veces que te acuerdas, porque te estropea la vida».

En esta casa que perteneció a su suegra y Félix reformó, vivieron «toda la vida, hasta que llegó la ‘riá’». Según Félix, el problema fue que el puente tenía un muro en medio donde se formó «un tapón impresionante» hasta que el «agua reventó y en lugar de ir para adelante iba para detrás». El de la carretera de Sevilla tenía solo dos de los siete ojos abiertos «y por eso pasó lo que pasó, si no, no hubiese ocurrido absolutamente nada». Lo dice convencido. Como también cree que «si se hubiesen hecho las cosas bien», la riada «se podría haber evitado».

Su familia es de Cerro de Reyes «de siempre». En la misma calle vivía el hermano de Félix, donde también regentaba una paquetería. Muy cerca, en Cardenal Fonseca tenía su casa otra hermana. «A mi hermano lo cogió la ‘riá’ sin seguro, dos días antes había reñido con el de la compañía y del negocio recibió cero». Félix había asegurado el suyo dos o tres meses antes. Tuvo que volver a empezar. De la tienda no quedó «nada». Acababan de descargarle un camión con 500 latas y botes de 3 kilos de tomate, champiñones, judías, garbanzos. Entonces servía al Hospital Materno Infantil. El agua reventó la puerta del almacén y, al día siguiente, las que se pudieron aprovechar las llevaron a la iglesia para quien las necesitase. Toda la familia se realojó en un piso de San Roque, donde permanecieron más de un año, hasta que les dieron una vivienda de la calle Bélgica, en el Cerro nuevo, donde Félix sigue viviendo con su hija Isa. «Yo he querido estar siempre en el Cerro».

Tardó un mes en reabrir la tienda. En el local aún conserva fotos enmarcadas de cómo quedó tras la inundación. Señala hasta dónde llegó el agua. «Gracias a dios tiramos para adelante». En la malla rota de una ventana del almacén permanece incrustado un bote de insecticida, oxidado, desde aquella noche. «La veterinaria me dijo que eso no podía estar así, pero le contesté: así se quedará hasta que haya otra ‘riá’». Ahí sigue.