Profesión de votos
Sor María Rocío, nueva hermana de las Descalzas de Badajoz: «No lo dejé todo, lo encontré todo en el Señor»
Es la última hermana en llegar a la comunidad de las Descalzas que ayer celebró su rito de admisión en una eucaristía presidida por el Arzobispo de Mérida - Badajoz
Su llamada a la vocación la tuvo desde que era una niña y se reafirmó en una adoración en la que sintió que Jesús le hablaba

Sor María Rocío Rodríguez Velarde (Lima, 1995) ya es hermana de la Orden de Hermanas Pobres de Santa Clara, conocidas popularmente en Badajoz como las Descalzas. Esta joven llegó desde Lima a los 19 años. Ayer, con 30, dio un paso definitivo en su camino de vida, realizó su profesión solemne como religiosa de clausura.
La hermana recibe a este diario en el locutorio del convento, una sala dividida en dos por una reja que separa la vida religiosa de la vida exterior. Sor María Rocío reconoce estar nerviosa por el momento que vive y por responder con acierto esta entrevista sobre el camino de vida. Una historia marcada por la oración, la búsqueda de vocación y el encuentro con Dios.
Desde que era una niña, en su casa de lima, bajo la mirada de un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, comenzó un camino de vida que ayer a miles de kilómetros de distancia se consumó en Badajoz. Sor María Rocío tenía apenas doce años cuando empezó a rezarle y a conversar con esa imagen de Jesucristo, lo hacía como «si fuese un amigo cercano». Como cualquier joven, las peticiones que lanzaba eran como las de cualquier adolescente: «Le pedía un novio que fuera bueno, que quisiera mucho a Dios, que fuera educado… Le puse muchos requisitos», recuerda entre risas esta religiosa. Pero la respuesta no fue la que esperaba. «Sentí en lo profundo de mi ser que Jesús me decía que Él era el mejor novio, que Él era más de lo que yo estaba buscando».
Ese fue el primer destello de una llamada que nunca se apagaría. Ni los contratiempos, ni los años, ni la distancia han apagado esa luz de religiosidad que se prendió en ella y con el convencimiento de que su camino no ha sido de renuncia, sino de plenitud: «Algunos me decían que lo dejaba todo, pero yo nunca lo viví así. En el Señor lo he encontrado todo. Él es mi riqueza, mi razón de ser».
El eco de una voz en el silencio
La segunda llamada llegó unos años después, en plena adolescencia. Al integrarse en la parroquia de su barrio, descubrió algo que la desconcertaba: la felicidad de quienes servían allí. «Yo les preguntaba a cada uno por separado: ¿por qué eres tan feliz? Y todos me respondían lo mismo: porque tuve un encuentro con el Señor».
Movida por esa curiosidad, decidió participar en un retiro. En la primera noche, durante la adoración al Santísimo, ocurrió algo que marcaría su vida. «Entró un sacerdote con la custodia. Todo el mundo cantaba y rezaba, pero para mí, de repente, todo se silenció. En ese profundo silencio, sentí que Jesús me decía: mi esposa».
No sabía qué significaba ni cómo concretar aquella llamada. Pero al día siguiente, «providencialmente», aparecieron religiosas de vida activa que la invitaron a conocer su comunidad. «Fue la respuesta más directa», asegura.
«Entró un sacerdote con la custodia. Todo el mundo cantaba y rezaba, pero para mí, de repente, todo se silenció. En ese profundo silencio, sentí que Jesús me decía: mi esposa»
Un camino con obstáculos
El camino, sin embargo, no estuvo libre de dificultades. Durante un tiempo de formación en Perú dentro de esta comunidad de religiosas, una enfermedad, hipotiroidismo, la obligó a detenerse. «No podía seguir con el ritmo del apostolado», recuerda. Volvió a su parroquia con desilusión, pero allí recibió la guía de su párroco que le habló de distintas comunidades. Al participar en unos ejercicios espirituales en un monasterio benedictino, encontró lo que buscaba: «Me impresionó su vida de oración, el silencio, la fuerza de la contemplación. Sentí que ese era mi lugar».
Poco después, y de forma inesperada, «la enfermedad desapareció». Lo interpretó como la confirmación de su llamada. Con esa certeza interna, cruzó el océano hasta llegar a Badajoz donde encontró una comunidad y un hogar.
A los ojos de muchos, entrar en un convento de clausura era cortar con el mundo: «Algunas tías me decían: ¿cómo lo vas a dejar todo siendo tan joven? Pero yo nunca lo comprendí como dejar, sino como encontrar. Para mí, Dios lo ha sido todo», asevera.
El noviciado fue un tiempo de aprendizaje. «Me permitió conocer más al Señor, a nuestra forma de vida y también a la comunidad. Siempre con el acompañamiento de una maestra que me ayudaba a discernir», explica. Ahora, además de su vida de oración, aporta en lo cotidiano: acompaña con la música litúrgica, cose, hace ganchillo. «Cada hermana ofrece sus dones. Lo pequeño, puesto en común, se convierte en algo grande para la comunidad», dice.
La boda definitiva
Ayer vivió la que llama su boda con Cristo. Fue durante la eucaristía presidida por José Rodríguez Carballo, arzobispo de Mérida - Badajoz. En ella se realizó el interrogatorio público y la postración durante el canto de las letanías, momentos específicos de su profesión de votos. «Es un don inmenso, inmerecido. Es un derroche de amor que no se puede expresar con palabras», aseguró.

Sor María Rocío postrada en el suelo mientras se recitan las letanías durante su profesión de votos en Badajoz. / J. H.
La celebración fue sencilla e íntima: dulces, bocadillos y bebidas compartidas con las hermanas. Su familia no pudo viajar desde Perú, aunque la acompañaron espiritualmente. «Mi madre está muy contenta, siempre me ha apoyado. Mis hermanos también, cada uno a su manera, respetando mi decisión», explicaba.
Vocaciones entre el ruido
Al hablar del futuro, reconoce que la vida religiosa atraviesa un tiempo de retos: «No hay muchas vocaciones, es verdad. Lo importante es cultivar el silencio. En medio del ruido nadie puede escuchar la voz de Dios. Solo en el silencio se descubre la misión que Él tiene para cada uno», como ella misma vivió en aquella adoración.
Pese a las dificultades, su experiencia con la sociedad pacense ha sido positiva. «Siempre hemos sentido respeto, acogida y cariño. Nunca he tenido una mala experiencia. La gente es muy cercana».
Un agradecimiento sin medida
Sor María Rocío ha vivido estos momentos con un sentimiento predominante, la gratitud: «Primero a Dios, después a mi comunidad y también a Badajoz, que me ha recibido como a una hija. Lo que estoy viviendo es un regalo inmenso, imposible de merecer».

Sor María Rocío Rodríguez Velarde durante la entrevista que concedió a La Crónica de Badajoz. / Santi García
Y vuelve a aquella imagen de su infancia, el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. Lo que entonces fue un diálogo ingenuo de una niña se ha convertido en la certeza de toda una vida: «Lo encontré todo en el Señor. Y ayer, al pronunciar mis votos, sé que me casé con Él para toda la eternidad».
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