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27 años de entrega

"Dios me llamó a entregarle mi vida": la historia de Manoli Sánchez, una misionera de Badajoz

Manoli Sánchez, misionera de la archidiócesis de Mérida - Badajoz.

Manoli Sánchez, misionera de la archidiócesis de Mérida - Badajoz. / J. H.

Jonás Herrera

Jonás Herrera

Badajoz

"Soy Manoli Sánchez, tengo 50 años y llevo 27 dedicada a la misión". Así comienza el testimonio de una mujer que, desde su juventud, decidió poner su vida al servicio de los demás. Nacida en Monesterio (Badajoz) en mayo de 1975 en una familia humilde, Manoli recuerda que "ya desde pequeña había una semillita dentro de mí que me hacía querer hacer algo por los demás". En la mañana de ayer participó en la presentación de la campaña del Domund 2025.

Esa inquietud creció cuando llegó a Badajoz para estudiar. "Mi primer contacto con el voluntariado fue en la universidad. Un profesor de religión, que era sacerdote, nos invitó a colaborar con los niños gitanos del Casco Antiguo. Les dábamos clases de apoyo. Fue ahí donde descubrí una alegría diferente", recuerda. Conforme pasó el tiempo pensó que "quizá esto no era solo para los fines de semana, que podría ser algo más".

Evolución de su vocación

Aquel deseo de servir se transformó en vocación: "Descubrí que Dios me llamaba más. Decidí entregarle mi vida y comencé la formación", explica. Aunque se inició con el Verbum Dei, al poco tiempo se incorporó a la comunidad de Servidores del Evangelio a la que pertenece actualmente. Pasó por Madrid y Granada durante su formación y, más tarde, por Argentina, donde vivió tres años de misión. "Después regresé a España, donde estuve diez años y medio entre Guadalajara y Madrid. Y ahora llevo nueve en Filipinas".

Manoli pertenece a la comunidad Servidores del Evangelio, dedicada al anuncio y la formación misionera. "Nuestra labor no es solo predicar, sino acompañar a las personas, enseñarles a orar, ayudarles a tener un encuentro personal con Cristo. Eso es lo que nos mueve", afirma con serenidad.

Aunque afirma que el camino no ha sido fácil: "Cuando hice los primeros votos, dije: ‘Señor, esto es para siempre’. Y aunque luego se renuevan, para mí era un compromiso definitivo. No quiero decir que la vida sea sencilla; también hay crisis y dificultades, pero con el apoyo de la comunidad todo es más llevadero".

En sus casi tres décadas de servicio, Manoli ha aprendido a mirar el mundo con otros ojos. "Mi vida como misionera ha ido cambiando, creciendo, ampliando horizontes. Me he hecho más flexible, más abierta. No soy la misma que hace 27 años", asevera.

La evangelización desde lo cotidiano

Actualmente, su misión se centra en Filipinas, donde acompaña a jóvenes en situación de vulnerabilidad. "Trabajamos para empoderar a la juventud, dándoles herramientas para ser líderes. Es una población en salida, con muchas necesidades, pero también con una fuerza enorme", define a sus vecinos.

Sin embargo, las experiencias duras han sido inevitables en este tiempo. "Durante la pandemia venían niños a pedirnos ayuda. Yo les daba lo poco que tenía —unas galletas, un trozo de pan—, pero sus necesidades eran mucho mayores. Lloré muchas veces delante del sagrario diciendo: ‘Señor, esto no lo entiendo, ¿por qué tiene que ser así?’". A pesar del dolor, esa experiencia se transformó en esperanza: "Poco después empecé a darles catequesis y a acompañarlos. Ahí comprendí que, aunque uno se sienta impotente, Dios siempre actúa".

Otro de los golpes más duros llegó con la muerte de jóvenes de su comunidad. "En muchos lugares no hay una sanidad digna. Recuerdo el caso de un chico cuyo padre lo llevó a un curandero en lugar de al médico. Cuando lo hizo, ya era demasiado tarde. Ahí te das cuenta de que la evangelización también pasa por abrir mentes y ofrecer una nueva perspectiva".

"Te tienes que agarrar a Dios"

A pesar de todo, su fe se mantiene firme. "Te tienes que agarrar a Dios y decirle: ‘Señor, estamos en tus manos. No lo entiendo, pero me fío de ti’".

Mirando al futuro, Manoli sueña con una Iglesia más viva y comprometida. "Espero que dentro de otros 27 años haya muchos más misioneros, consagrados y laicos. Que la Iglesia sea más misionera, como pide el Papa Francisco. Que sigamos construyendo una Iglesia abierta, que salga al encuentro de los demás".

Su historia, marcada por la entrega y la fe, es testimonio de una vida consagrada a los demás. "Cuando uno toma este camino, es difícil retroceder. Es un camino que te cambia, que te hace ser otra persona. Y aunque haya dudas o cansancio, sigo diciendo: Señor, esto es para siempre".

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