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Educación fuera y dentro de las aulas

Las cifras de acoso escolar aumentan en Badajoz: de 1 a 5 casos en el último curso

En la provincia se han registrado 11 episodios

Los expertos advierten que muchos episodios siguen sin denunciarse porque el bullying se percibe como una conducta «normalizada» entre los menores

El acoso escolar, en muchas ocasiones, se manifiesta con actitudes normalizadas dentro y fuera de las aulas.

El acoso escolar, en muchas ocasiones, se manifiesta con actitudes normalizadas dentro y fuera de las aulas. / Santi García

Claudia Goyeneche

Claudia Goyeneche

El acoso escolar sigue siendo una de las asignaturas pendientes en las aulas. Cientos de niños y adolescentes atraviesan esta situación cada año en España y, hasta hace poco, sus historias apenas encontraban espacio en los titulares. El fallecimiento de Sandra Peña, la joven de 16 años que se quitó la vida en Sevilla tras sufrir episodios de acoso por parte de sus compañeras, ha vuelto a poner el foco sobre una realidad que muchos prefieren no mirar.

En Badajoz la situación no es distinta: durante el último curso académico se confirmaron once casos en la provinciacinco de ellos en la capital—, según la última memoria del Observatorio para la Convivencia Escolar de Extremadura. Los datos, elaborados por la Consejería de Educación, suponen un repunte significativo respecto al curso anterior —2022/2023—, cuando solo se constató un caso en Badajoz ciudad y cinco en toda la provincia. Aunque las cifras puedan parecer reducidas, los expertos advierten de que son solo la parte visible de un problema que en muchos centros permanece oculto, especialmente en sus formas más sutiles: el aislamiento social, las burlas reiteradas o el ciberacoso.

Detrás de estas cifras, que recogen únicamente los casos confirmados tras activar el protocolo oficial de acoso, se esconde una realidad más compleja. Así lo señala María Benítez, psicopedagoga de la Fundación La Gran Compañía, una entidad que trabaja en programas de prevención y sensibilización frente al acoso y el ciberacoso en centros educativos de la provincia. «En muchas aulas todavía se tienden a normalizar ciertos comportamientos que son acoso, aunque no siempre se reconozcan como tal», explica. Según Benítez, reírse de un compañero, excluirlo del grupo o difundir burlas a través del móvil son actitudes que persisten y que, a menudo, se restan importancia. Aun así, matiza que el repunte de los registros no debe interpretarse únicamente como un aumento de los casos, sino también como una mayor capacidad de detección y conciencia en los colegios. «Cada vez más docentes y familias identifican antes las señales y se atreven a dar el paso de comunicarlo», subraya.

En los talleres que la Fundación imparte en colegios, María y su equipo observan de cerca cómo los estudiantes conviven con estas situaciones. «Muchos saben perfectamente lo que es el acoso, pero no siempre son conscientes de cuándo lo ejercen o lo presencian», comenta. Por eso, las sesiones se centran en provocar reflexión más que en repetir definiciones: se plantean ejemplos, se analizan situaciones cotidianas y se habla del daño que pueden causar conductas aparentemente inocentes. «A veces basta una risa o un mensaje en un grupo para hacer sentir a alguien fuera de lugar», resume la psicopedagoga.

El papel de las redes sociales

El acoso ya no se limita a los pasillos ni al recreo. Las redes sociales han ampliado el espacio donde puede producirse, difuminando los límites entre la escuela y la vida privada. «Ahora los conflictos no terminan cuando suena el timbre», advierte Benítez. Plataformas como Instagram, WhatsApp o TikTok se han convertido en escenarios donde la burla o el aislamiento pueden continuar en silencio, desde una pantalla y sin testigos adultos. La especialista explica que muchos menores no son plenamente conscientes del alcance de lo que comparten y del daño que pueden producir: «Un mensaje reenviado o un vídeo subido a modo de broma puede quedarse ahí para siempre y causar un daño enorme». Por eso, una parte esencial de su trabajo con los alumnos se centra en enseñarles a usar las nuevas tecnologías con responsabilidad, reconocer cuándo una conducta traspasa la línea del acoso y saber cómo pedir ayuda o tenerla a tiempo.

La clave principal, insisten los expertos, está en la educación emocional y la implicación de todos los agentes de la comunidad educativa. «No se trata solo de sancionar, sino de enseñar a convivir», resume Benítez.

Los agentes implicados y cómo detectar el bullying

La implicación de los centros y las familias resulta fundamental para detectar a tiempo el acoso y activar los protocolos establecidos. Según Benítez, los primeros signos suelen pasar desapercibidos: una bajada repentina en el rendimiento escolar, el aislamiento del grupo o cambios de humor persistentes. «Hay alumnos que no son capaces de pedir ayuda, pero su comportamiento habla por ellos», explica. En esos casos, el papel del profesorado y del entorno familiar es clave. El protocolo regional establece que ante la sospecha de acoso debe intervenir el departamento de orientación del centro, que analiza los hechos y decide si se trata de un caso susceptible de ser comunicado a la inspección educativa.

Detectar a tiempo una situación de acoso no siempre es sencillo. Muchos casos se esconden tras el silencio o el miedo a las represalias, y en ocasiones son los propios compañeros quienes primero perciben que algo no va bien. Por eso, desde la Fundación insisten en la importancia de no mirar hacia otro lado. «No todos los niños piden ayuda, por eso trabajamos para que aprendan a ofrecerla», explica Benítez. Cuando un menor comunica que está sufriendo acoso, el centro activa el protocolo y se evalúa el caso junto al departamento de orientación, buscando no solo proteger a la víctima, sino también reeducar al agresor y acompañar a todo el grupo.

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