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Se cumple un año de las inundaciones de Valencia

La Solidaridad de Badajoz con la dana: «La televisión no mostró ni la mitad de lo que vimos allí»

Un soldado, un policía local, un voluntario de Cruz Roja y los dueños de una tienda del barrio de San Roque relatan cómo se volcaron para prestar ayuda a los damnificados por el temporal

Un soldado, un policía local, un voluntario de Cruz Roja y los propietarios de una tienda de San Roque comparten cómo vivieron aquellos días de solidaridad y ayuda a los afectados.

Un soldado, un policía local, un voluntario de Cruz Roja y los propietarios de una tienda de San Roque comparten cómo vivieron aquellos días de solidaridad y ayuda a los afectados. / La Crónica

Rebeca Porras

Rebeca Porras

Badajoz

«Los médicos nos recomendaron no estar en la zona más de siete días porque te podía afectar bastante», recuerda Jesús González Galán, policía local de Badajoz que hace justo un año encabezó un grupo de quince agentes que viajaron a la Comunidad Valenciana para prestar asistencia humanitaria tras el paso de la dana.

Durante días trabajaron entre calles inundadas, casas cubiertas de lodo y vecinos que lo habían perdido todo. «Fuimos con el objetivo de dar esperanza. Había personas que lo único que necesitaban era abrazarte y llorar en un hombro, además, mientras estuvimos allí, se decretó de nuevo el nivel de alerta roja y la gente tenía esa psicosis encima», asegura.

Se cumple el primer aniversario de aquella emergencia que dejó tras de sí una estampa de destrucción, pero también una ola de solidaridad que cruzó todo el país. Entre quienes no dudaron en desplazarse estaba él, que hoy califica la experiencia como una de las más intensas de su vida: «Ha sido la situación más delicada a la que me he enfrentado en mi profesión».

Jesús tiene 40 años y lleva más de dos décadas como policía local en la capital pacense. En noviembre de 2024 fue uno de los más de cuarenta agentes de Badajoz que se desplazaron a la provincia de Valencia para ayudar tras la catástrofe meteorológica. «El jefe me llamó y me dijo que se necesitaba apoyo en la zona afectada, pero yo ya había mostrado mi intención de ir incluso antes. Sabíamos que la situación era crítica y que hacía falta gente preparada».

Su labor fue mucho más allá de la seguridad. «Hacíamos de todo: regular el tráfico para que pasaran los camiones, repartir comida y medicinas, limpiar garajes, ayudar a mayores a vaciar sus casas y sobre todo, dar esperanza».

Jesús González Santana, policía local de Badajoz.

Jesús González Galán dirige en Valencia a un grupo de quince policías locales de Badajoz. / Cedida

El recuerdo de aquellos días todavía le emociona. «Había gente que lo había perdido todo. Algunos solo necesitaban cariño. Otros nos contaban sus historias, por ejemplo, uno de ellos me enseñó la mano, completamente roja y despellejada al permanecer durante dos horas agarrado a un árbol sujetando a su mujer para no ser arrastrados por el agua. Sé que ese hombre fue durante mucho tiempo a rehabilitación».

Como los Reyes Magos

Jesús se acuerda también de los pequeños gestos que daban aliento en medio del desastre. «Llevamos caramelos y los niños de Catarroja nos buscaban cada día. Decían: ¿Dónde están los policías de Badajoz, los que reparten caramelos como los Reyes Magos? Eso te lo llevas para toda la vida». Pero hubo también situaciones especialmente duras: «Lo peor fue encontrar el cuerpo sin vida de una persona entre el barro, en un garaje. Fue muy difícil. Pero también aprendimos mucho, personal y profesionalmente. Sentir que puedes ayudar así al ciudadano no se olvida».

Después de tantos momentos malos, piensa que lo que más le marcó no fue el caos ni el miedo, sino la solidaridad de los valencianos que en un escenario como ese, daban lo poco que tenían. «Nos quisieron invitar a comer una paella valenciana, estaban muy agradecidos, incluso nos siguieron en coche para regalarnos cajas de naranjas. Nos decían: Tenéis que probar las de Valencia. Fue muy especial».

Admite que aquella experiencia le afectó, porque nadie sale igual después de ver tanto dolor y tanta entrega a la vez. «Vine llorando, destrozado y a veces aún se me saltan las lágrimas, pero también me traje algo muy grande: la gratitud de la gente y la certeza de que cada minuto mereció la pena».

Javier Rubio Salazar, de 39 años, es técnico en emergencias sanitarias y voluntario de Cruz Roja desde 2008. Estuvo dos semanas en la provincia de Valencia junto a un centenar de compañeros de Extremadura, cada uno con una función distinta: personal sanitario, logístico o de emergencias. «Llevábamos vehículos todoterreno y dos ambulancias 4x4 para movernos por zonas de barro donde los coches normales no podían entrar.»

Dar consuelo

Su equipo prestó apoyo a los centros de salud de Massanassa, Catarroja y Paiporta y su labor fue dar soporte sanitario y preventivo. «Estábamos donde hacía falta, cada mañana salíamos con los vehículos hacia los puntos asignados. Pero más allá de la asistencia, hacíamos también acompañamiento, escuchábamos, dábamos consuelo».

Javier recuerda especialmente a una anciana de 90 años a la que tuvieron que ayudar a bajar siete pisos a pie, porque los ascensores no funcionaban. «Nos pidieron que subiéramos con la silla de evacuación, pero ella se negó. Decía que bajaría por su propio pie. Y lo hizo. Bajó las siete plantas, parando de vez en cuando para contarnos su historia. Había perdido a su marido hacía seis meses y el agua se lo había llevado todo. Esa mujer me impresionó por su fuerza».

Durante aquellos días, Javier fue testigo del dolor de los vecinos, pero también del apoyo: «Había lugares donde la gente hacía trueques: dejaban una botella de aceite y cogían huevos, o manzanas a cambio de pan. Vi familias que lo habían perdido todo y aún compartían lo poco que tenían. También niños, a los que dábamos juguetes o cuentos para distraerlos un rato. Era una manera de sacarles una sonrisa».

La experiencia, confiesa, le cambió profundamente. «Aprendí a valorar cosas que antes no valoraba: un abrazo o un plato de comida caliente. Cuando ves a gente que no tiene nada, entiendes la suerte que tienes».

Javier Rubio Salazar, voluntario de Cruz Roja Extremadura, entrega un cuento a una niña de Paiporta.

Javier Rubio Salazar, voluntario de Cruz Roja Extremadura, entrega un cuento a una niña de Paiporta. / Cedida

Lo más duro, señala, fue ver la magnitud real del desastre: «Cuando llegué a Paiporta y empecé a ver coches tirados por los campos, me di cuenta de que lo que sale en televisión no refleja ni la mitad. Aquello era mucho peor. Me quedé impactado» y aunque la dana le ha dejado imágenes difíciles de olvidar, intenta quedarse con lo positivo. «Conocí a gente maravillosa de otras comunidades, de Granada, Murcia o Albacete. Hoy seguimos en contacto. Fue una experiencia muy dura, pero también muy humana. Ojalá sea la última emergencia a la que tenga que ir.”

El soldado Javier Espejo Moreno, de 22 años, formó parte del primer despliegue militar que llegó a la zona afectada por la dana. Fue entre el 3 y el 9 de noviembre, dentro del Batallón de Zapadores XI, perteneciente a la Brigada Extremadura, integrado por unos 60 efectivos. «Después volví en enero, en un segundo desplazamiento, para seguir con las labores de limpieza, apoyo y control», explica.

Estuvieron desplegados en la zona cero, donde se dividieron en dos equipos: uno de máquinas y otro de apoyo. Javier formaba parte de este último. «Por las mañanas, cuando no había nadie en las calles, quitábamos el lodo, los muebles y todo lo que había bloqueando las aceras para que la gente pudiera salir de sus casas». También se encargaban de controlar el paso de personas para evitar accidentes mientras trabajaban las retroexcavadoras y las máquinas mixtas de los zapadores.

No venirse abajo

Entre los muchos recuerdos que conserva, hay uno que le sigue emocionando. «Entramos en la casa de una mujer mayor. Me contó que había perdido a su hijo hace tiempo y que los únicos recuerdos que le quedaban de él (fotos, objetos) se habían estropeado con el agua. Se echó a llorar en mi brazo. Fue muy duro».

Javier reconoce que lo más difícil fue lidiar con las emociones: «Intentar no venirse abajo. Ver a la gente destrozada, sin casa, sin recuerdos, sin nada… eso te marca». Pero también hubo momentos que le devolvieron la esperanza. «El cariño de la gente era increíble. Nos pusieron pancartas en los balcones dándonos las gracias. Fue muy bonito».

Javier Espejo Moreno limpia las calles de Paiporta junto a otros compañeros de la Brigada Extremadura XI.

Javier Espejo Moreno limpia las calles de Paiporta junto a otros compañeros de la Brigada Extremadura XI. / Cedida

De aquella experiencia, Javier asegura que se llevó una lección importante. «Cuando ves gente que ha perdido a su familia, entiendes que deberías pasar más tiempo con la tuya. Te hace valorar lo que tienes».

Cristina y Federico, los primeros en movilizarse

En el barrio de San Roque, en Badajoz, una pequeña tienda de telefonía, ‘Crisfed’, se convirtió el pasado año en un punto neurálgico de solidaridad. Cristina Villasán Rodríguez y Federico de Tena Cortés, propietarios del local desde 2018, fueron los primeros en Extremadura en organizar una recogida de ayuda para los damnificados por el temporal. «Vimos las noticias en televisión y se me cayó el alma», lamenta Cristina. «Dije: hay que ayudar de alguna manera. Tenemos un local, tenemos espacio, pues vamos a poner publicidad para que la gente empiece a traer cosas».

A través de su Facebook, Instagram y los estados de WhatsApp, difundieron un mensaje sencillo: hacía falta agua, alimentos de primera necesidad y enseres básicos. Apenas 24 horas después, empezaron a llegar bolsas y cajas. «Venía gente de San Roque, de todo Badajoz e incluso de los pueblos: Gévora, Talavera, Montijo o Alconchel. Fue impresionante», cuenta.

El movimiento creció tan rápido que tuvieron que dejar a un lado su propio trabajo. «Cada tres minutos entraba alguien con bolsas hasta arriba. No dábamos abasto», recuerda Cristina. Durante más de tres meses, desde octubre hasta después de Reyes, su tienda se llenó de generosidad: comida, productos de higiene, mantas, juguetes y hasta botas de agua o rastrillos grandes.

Las donaciones se enviaron a Valencia gracias a la colaboración desinteresada de varias empresas de transporte. «Cuando vieron nuestro llamamiento, se ofrecieron voluntariamente a llevar la mercancía», explican. Allí, los receptores formaron otra cadena humana para descargar los camiones. «Nos mandaron vídeos. Fue emocionante ver cómo todo lo que habíamos recogido llegaba a su destino».

Su labor fue reconocida con un Premio Especial a la Solidaridad otorgado por La Crónica de Badajoz en 2024. Pero más allá del galardón, lo que les queda es la respuesta masiva de la gente. «Personas que cada día venían con una bolsa de comida, de productos de limpieza, farmacias que donaban pañales o material que ya no necesitaban. Fue una auténtica cadena de humanidad”, afirma.

Federico, por su parte, guarda un recuerdo especialmente personal. «Cuando éramos pequeños, vivimos la riada aquí en Badajoz y la gente se volcó con nosotros. Sentíamos que era nuestra obligación corresponder ahora. Era necesario. Nadie se movía y teníamos que hacerlo».

Voluntarios de Badajoz depositan alimentos y enseres básicos en la tienda para donarlos a Valencia.

Voluntarios de Badajoz depositan alimentos y enseres básicos en la tienda para donarlos a Valencia. / Rebeca Porras

La iniciativa los marcó profundamente. «Nos tiramos casi dos meses atendiendo nuestro negocio al mínimo», matizan, «pero mereció la pena. Lo más bonito fue ver que pides ayuda a gritos y todo Badajoz responde».

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