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"Cicatriza una herida, pero no se hace justicia"

Historias de la Guerra Civil en Badajoz: "Le prometí a mi madre que encontraría a su padre. Y lo he cumplido"

Antonia Muñoz Guillén recibirá los restos de su abuelo represaliado y enterrado en Orduña (Vizcaya) el próximo 27 de noviembre

Antonia Muñoz Guillén posa en Badajoz con los dos retratos que tienen de su abuelo, represaliado y enterrado en el cementerio de Orduña (Vizcaya).

Antonia Muñoz Guillén posa en Badajoz con los dos retratos que tienen de su abuelo, represaliado y enterrado en el cementerio de Orduña (Vizcaya). / J. H.

Jonás Herrera

Jonás Herrera

Badajoz

Por fin, Antonia Muñoz Guillén (Badajoz, 1957) podrá cumplir la promesa que le hizo a su madre: encontrar a su abuelo, Manuel Guillén Expósito, enterrado en Orduña (Vizcaya) tras pasar por varios centros de detención franquista. "El día que me entreguen los restos quiero llevárselos a la tumba de mi madre y decirle: aquí lo tienes, mamá, ya lo he conseguido por ti", dice emocionada. El cuerpo de su abuelo es uno de los cuatro cadáveres que han sido identificados hace tan solo unos días tras recuperarlo en el cementerio de Orduña.

La historia de Manuel Guillén Expósito es una de las miles que la Guerra Civil dejó sin respuesta. Y, como tantas otras, se ha transmitido en voz baja, entre generaciones que crecieron con la ausencia y el relato de los que sobrevivieron. Este camino lo comenzó hace tres años, cuando su madre falleció. Lo hizo para rendirle tributo y cumplir lo que ella misma quería, recuperar a su padre.

El joven guardia civil

Manuel Guillén nació en Badajoz a principios del siglo XX. Se quedó huérfano de madre con apenas catorce años y, como el menor de tres hermanos, creció al amparo del mayor, Eulogio. Pronto ingresó en la Guardia Civil y formó una familia junto a su esposa, Josefa, con quien tuvo seis hijos. "Mi madre, Antonia, era la mayor y siempre estaba con él en los pueblos donde lo destinaban", recuerda su nieta.

Fotografía de Manuel Guillén cuando era un joven.

Fotografía de Manuel Guillén cuando era un joven. / La Crónica

Su carrera lo llevó a distintos puntos del país: un pueblo de Huelva, luego Marruecos, más tarde Torremejía y Villar del Rey. Era un hombre respetado, "muy bueno y querido, aunque también envidiado", subraya Antonia. Pero con la guerra, su vida y la de su familia se torcieron para siempre.

Las falsas acusaciones

Durante el conflicto, Guillén permaneció fiel al Gobierno de la República y como en otras ocasiones, la lealtad le costó cara. "Había envidias de vecinos, de amigos, de compañeros… Dijeron que había mandado bombardear Badajoz y que había violado mujeres", relata. Las acusaciones fueron el principio del fin.

Aconsejado por allegados, huyó "porque si no, lo mataban". Se refugió en Tarragona, mientras su esposa, embarazada del hijo menor, era capturada y humillada públicamente. "La pasearon de rodillas por Badajoz". Se salvó gracias a la señora para la que trabajaba su hermana, cuenta Antonia Muñoz. Aun así, fue interrogada varias veces. Nunca pudo decir el paradero de su marido porque no sabía dónde se encontraba.

De la huida a la entrega

Tiempo después, una orden de Franco prometió perdón a quienes "no tuvieran las manos manchadas de sangre". Manuel Guillén creyó aquella promesa y se entregó. Lo hizo en Elvas, desde donde fue trasladado a prisión. Tras varios destino, lo llevaron a la cárcel de Ciudad Real.

Su hija mayor, de apenas nueve años, lo acompañó: "Mi madre se alojaba en una pensión y le llevaba la comida todos los días. Él le decía: hija, hay que ver lo pequeñita que eres y todo lo que estás haciendo".

Junto a su padre permaneció hasta que enfermó su abuela. Entonces tuvo que viajar a Badajoz para verla con la intención de volver días más tarde. "Cuando volvió, ya se lo habían llevado a Orduña (Vizcaya). No lo volvió a ver nunca más", dice con emoción.

La voz en el tren

Precisamente, cuando la mujer e hija de Manuel Guillén viajaban en tren de camino a Ciudad Real Antonia escuchó una la voz de su abuela paterna, que nunca había conocido: "Le dijo: Antoñita, dile a tu madre que le han levantado la pena de muerte a tu padre. Y así fue. A las doce de la noche le habían conmutado la pena", recuerda

Pese a ser liberado de la pena capital, no ocurrió lo mismo con la de prisión. Fue cuando lo mandaron a Orduña y Manuel no pudo sobrevivir a la cárcel. "Nos dijeron que murió de una úlcera gástrica. Quiero creer que fue verdad, porque padecía del estómago", afirma su nieta. Una de las causas más comunes en las cárceles franquistas fue la desnutrición algo que sería compatible con el caso de Guillén, ya que durante la primera parte de su cautiverio contó con el soporte de su hija que le llevaba comida, un alimento que pudo escasear en País Vasco.

Una infancia sin infancia

La ausencia marcó para siempre a su hija, Antonia, que se convirtió en madre de sus hermanos siendo aún una cría. "Mi madre nunca fue una niña. Mi abuela tuvo que vender todo lo que tenía: casas, oro, lo que fuera, para poder sacar a sus seis hijos adelante", relata.

Con mucho trabajo y la ayuda imprescindible de Antonia lograron superar los contratiempos de la posguerra. Eso sí, en muchas ocasiones siendo blanco de las miradas y siendo señalados. En el Badajoz de entonces, ser "la hija del rojo" era una condena. "Una de las que se lo decía era mi abuela paterna. Pero mi madre nunca calló, siempre nos habló de su padre y de lo que le hicieron".

La búsqueda

Décadas más tarde, ya fallecida su madre, Antonia Muñoz sintió que debía cumplir con ella. "Era como si el corazón me dijera: haz justicia por tu madre", admite. Hace unos años vio por televisión la entrega de unos restos exhumados del campo de concentración de Orduña. "Mi marido me gritó: mira, ahí dicen Orduña, donde estaba tu abuelo. Busqué a ese hombre por Internet, me pasó el contacto de Joseba Egiguren y empecé a llamar, a escribir, a investigar. Han sido tres años de trabajo, pero lo he conseguido", dice orgullosa.

El Instituto Gogora le confirmó el hallazgo del cuerpo completo de su abuelo tras comparar el ADN de varios familiares. "Cuando me llamaron iba por el parque de La Paz con mi amiga Vicenta. Me dijeron: la llamamos para darle la enhorabuena. Me puse a llorar y solo pude decir: se lo traigo a mi madre".

El anillo y la certeza

El historiador Joseba Egiguren, autor del libro 'Prisioneros en el campo de concentración de Orduña', siempre le dio esperanza y apoyo en esta búsqueda. "Me pidió una fotografía y reconoció el anillo que mi abuelo llevaba en el dedo meñique. Siempre me decía: no pierdas la esperanza. Y tenía razón".

Retrato de Manuel Guillén en el que se le ve el anillo en el dedo meñique.

Retrato de Manuel Guillén en el que se le ve el anillo en el dedo meñique. / La Crónica

Justicia y reparación

Antonia Muñoz cree que con la recuperación del cuerpo de su abuelo conseguirá cicatrizar la herida que ha estado tantas décadas abierta, aunque cree que nunca podrá repararse tanto daño: "Justicia no se va a hacer nunca, porque mi madre y mi abuela pasaron mucho. Pero al menos ahora puedo estar tranquila".

Sabe que su madre, desde donde esté, está orgullosa. "Sé que está muy feliz. Yo lo he hecho por ella", dice, con la voz contenida.

El próximo 27 de noviembre, a las doce del mediodía, los restos de Manuel Guillén Expósito serán enterrados en el cementerio de San Juan Bautista, junto a las cenizas de su esposa y dos de sus hijos. Antes, Antonia cumplirá su promesa: "Pasaré por el nicho de mi madre y le diré: aquí lo tienes, mamá".

Será el día en que se ponga fin a una de las miles de historias que quedan por cerrar de la Guerra Civil Española.

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