La verdad es que el cuerpo me pide escribir sobre el politiqués -ese idioma abstracto y sin sentido procedente de los políticos y que el sociólogo Amando de Miguel ha sabido retratar con tanto acierto-, las patochadas del ámbito político o mediático o de los multimillonarios que, llegando a la vida pública con una mano delante y otra detrás, han logrado -económicamente hablando, por supuesto- en un lustro lo que ninguno de nosotros alcanzará en toda una vida de trabajo, esfuerzo y dedicación. Me enerva esa España condescendiente que están rompiendo y dividiendo los de siempre, esa caza de brujas indiscriminada que se siente mejor en el lodazal y el navajeo que en la búsqueda de la felicidad y así, tenemos que oír a gente decir que “nuestras ideas son mejores” o que mi fracaso es el de los demás, en un ejercicio de arrogancia sin precedentes y que demuestra que hay dos clases de personas: las que están en el mundo y las que piensan que su reino no es de este mundo. Más allá de los monumentos, la gastronomía y el sol y playa, España se encuentra en una deriva irremediable que la llevará a un abismo de terroríficas consecuencias. No sé si lo veremos, pero no me cabe duda de que el abismo está y, al paso que vamos, las siguientes generaciones lo verán. Nos salvan las instituciones europeas que vigilan los excesos antidemocráticos, una cultura de siglos que, a veces, parece no servir para nada, pero que tendrá que dar la cara más pronto que tarde y retratar a todos los cínicos e ignorantes que intentan hacernos comulgar con ruedas de molino y, más que nada, nos salva la gente normal que solo quiere que la dejen trabajar y vivir en paz. No será la clase política ni la mediática ni los abajofirmantes ni los nuevos ricos quienes nos salven, sino ese ejército silencioso de ciudadanos sencillos y cabales que debe despertar por el bien de sus hijos y nietos y recriminar la corrupción de terciopelo, la inmoralidad de sobaco, las leyes del guerracivilismo y la locura de los adjetivadores que cazan y señalan con armas más peligrosas que las cargadas con cartuchos. Hemos de convivir con quienes desean destruirnos, pero, si ha de ser así, que no les resulte fácil, que no crean que estamos vencidos. Deseaba escribir sobre estas cosas, pero tendré que hacerlo sobre aquellos tiempos cuando nuestra patria era la infancia y en nuestra juventud teníamos tantos sueños por cumplir que un día se presentó la bruja mala y nos robó las manzanas.