Opinión | EL CHINERO
Mantas y toallas
Hay quien se lleva a casa material del hospital creyendo que es suyo y olvida que es de todos

Placas de agradecimiento en la sala de espera de Medicina Interna del Hospital Perpetuo Socorro de Badajoz. / A. M. R.
En la sala de espera de Medicina Interna del Hospital Perpetuo Socorro de Badajoz existe una amplia pared que alguien -seguramente un sanitario- reservó un día para colocar las placas con mensajes de agradecimiento que los profesionales de esta planta -y también de otras- reciben por parte de familiares de enfermos o de los propios pacientes cuando abandonan el centro hospitalario. Un cartel con letras selladas a mano y plastificado define con claridad a qué va destinado este espacio: ‘Pared de los agradecimientos’. Sin más. A lo largo de los años se ha ido llenando y algunas placas están ilegibles por la capa de sulfuro de plata acumulada con el paso del tiempo. Son sencillas ofrendas, exvotos como prueba del milagro obrado o intentado.
Todos estos testimonios inscritos son la expresión de gratitud tras las experiencias vividas por quienes se han visto obligados a permanecer durante días, semanas, incluso meses, en un centro hospitalario, como usuarios o acompañantes, y han sido atendidos por celadores, auxiliares de enfermería, enfermeros y médicos, con quienes llegan a mantener una relación constante. A nadie le gusta permanecer en un hospital, pero de bien nacido es ser agradecido con quien te cuida con profesionalidad y mimo y pone todo de su parte para recuperar la salud de los que ingresan cuando la han perdido.
No todos son agradecimientos. De hecho, los mensajes negativos y los fallos tienen más eco que los aciertos, que, por otro lado, son una obligación de estos profesionales, más que los de otros sectores, pues está en juego la vida de seres humanos.
Casos hay y muchos de problemas en las prestaciones. No todos los profesionales tienen la misma empatía ni los recursos disponibles en la sanidad pública cubren todas las demandas ni la espera para ser atendido es la deseada y necesaria. Los usuarios tienen derecho y hasta la obligación de quejarse, pero con medida y con la dimensión ajustada a la importancia y la repercusión del fallo detectado.
Quien ha pasado largas noches junto a la cama de un ser querido habrá vivido situaciones y sufrido deficiencias que considera mejorables. Puede que haya pedido una manta y en ese momento no hay disponibles. O una toalla y la que recibe está ajada. Faltan almohadas o el mando del televisor no aparece o un auxiliar de clínica responde con aires destemplados, porque no ha parado ni un segundo en toda su jornada laboral.
Quien pasa largas horas en el hospital, como paciente o como usuario, se siente especialmente sensible y le duele una mala contestación, la demora en la atención o un error en el diagnóstico. Es así porque confía en que en su sanidad pública no comete errores. Tiene derecho a creerlo y cuando las equivocaciones son graves, debe denunciarlo. Donde crea oportuno: ante el defensor del paciente, en los juzgados y en las redes sociales. Y los responsables están obligados a asumir su falta, a responder ante los perjudicados y resolver cuanto antes los problemas detectados. Pero la actividad de la sanidad pública es tan ingente, que hay situaciones que los usuarios deberían entender como soportables. Si no hay mantas o toallas suficientes, no cuesta nada llevárselas de casa. Si la medicación que el paciente requiere no está disponible en la farmacia del hospital, no cuesta nada llevársela de casa, pues además la procedencia es la misma. Si la temperatura en la habitación está demasiado baja, no cuesta nada llevarse ropa de abrigo de casa. Más reprochable es que haya quien se dedique a llevarse a casa los mandos, las toallas, las mantas y hasta los pijamas con el anagrama de la administración sanitaria. Porque haberlos, haylos. Lo hacen porque creen que el material adquirido con dinero público es suyo y olvidan que es de todos, que no es lo mismo.
Hay que denunciar las injusticias, los errores humanos de consecuencias irreparables, la desidia, y la atención fallida. Como también hay que agradecer el buen trato y la profesionalidad de quienes velan por nuestra salud, no siempre con los mejores medios.
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