Opinión | La atalaya
Califas (I)
Las mujeres eran tratadas como objetos y, en contextos de relaciones intertribales, como modo de mantener vivos los lazos entre grupos diferentes
Tenemos una visión muy torcida de cómo eran los monarcas islámicos medievales, y aun modernos, si bien su actuación no puede medirse exactamente, hasta donde sabemos, con los mismos parámetros ideológicos, jurídicos o económicos que los europeos occidentales. Dicho lo cual, podríamos fijarnos en aquellos más famosos y conocidos por sus logros políticos, militares o artísticos. El sistema según el cual cualquier musulmán –y por supuesto los príncipes- podía tener cuatro esposas legítimas y las concubinas que pudiera mantener se basaba en una muy antigua práctica tribal destinada a suplir la desproporción entre mujeres y hombres. La mortandad de varones era muy alta por enfermedades, guerras, etc., y, es probable, que nacieran menos hembras. Era importante mantener vivo al grupo. Estoy hablando, claro está, de un sistema que hoy consideraríamos machista, en el que las mujeres eran tratadas como objetos y, en contextos de relaciones intertribales, como modo de mantener vivos los lazos entre grupos diferentes. No pretendo que ustedes acepten nada, sólo es un modo de explicarles un proceso con repercusiones de muy largo alcance en la vida de las tribus árabes preislámicas y, después, cuando el islam continuó con la poligamia, en las sociedades dominantes y reinantes. Tener hijas en el harén real era una garantía de colaboración entre poderosos –o monarcas- y, si la casualidad quería que una mujer quedase embarazada del receptor, siempre existía la posibilidad de que el niño –claro- pudiera convertirse, después de una guerra feroz entre facciones familiares, en monarca.
La autoridad de la dinastía de la que procedía la mujer crecía exponencialmente al ser recibida en el harén del monarca dominante. Aumentaba la influencia política de su clan y se acercaba al núcleo duro del Poder. Así se explica que en el Imperio Otomano –el último islámico históricamente importante- el sultán no contraía matrimonio ni con las mujeres que le estaban permitidas, aunque les mantuviera el rango. Luego estaban las concubinas. La auténtica consorte era su madre – la llamada “validé”-. Ella controlaba el harén e, incluso, la vida íntima de su hijo, salvo en el caso de soberanos muy enérgicos, o huérfanos.
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- Juan
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