Opinión | Cotidianidades
Mercadillo
El zapatero le dice al señor del tomate con una sonrisa irónica y mucha gracia para que no se ofenda, que por cinco euros también tiene un paquete de tres pares de calcetines

Uno de los pasillos del mercadillo, con clientes asomándose a los puestos. / D. A.
Voy al mercadillo que montan los domingos en el polígono del Nevero. Paso con el coche por el puente Real a la altura del tanatorio, está lleno de automóviles aparcados en el interior y exterior del recinto. La policía local regula el tráfico en la entrada, nunca había visto tantos coches, ni tanta gente en el tanatorio.
Guillermo Fernández Vara atraía a gente mientras estaba vivo y también ahora en su funeral. En el velatorio hay personas de todas las ideologías, políticos de izquierda y de derecha, sindicalistas, gente del pueblo sin vínculos políticos que le apreciaban a pesar de haber ejercido durante años un oficio tan desprestigiado hoy en día como es el de la política. Cuando muere un hombre honesto y bueno la gente lo siente como algo propio. Aquello de que ser malo está de moda que decía otro político, creo que Rufián, no es cierto. La gente corriente y la no tan corriente admira a la persona íntegra, sencilla, cabal. La gente prefiere a la buena gente y ojalá que lo que se ponga de moda otra vez entre los dirigentes políticos sea la sencillez, la honradez, la accesibilidad…
Aunque sé que hay muchos políticos honrados, los ciudadanos queremos que sean todos los servidores públicos los que trabajen por el bien común, gente honesta, frente a esos otros que solo miran los intereses propios. Escribiendo estas evidencias sé que puedo pecar un poco de naif, pero estos días hemos visto el ejemplo de Guillermo Fernández Vara, que aunque había muchos que no compartían sus ideas políticas, ha recibido el cariño de todo el pueblo para devolverle sus muestras de cercanía y bondad.
Dejo atrás el tanatorio y sigo hacia mi destino de hoy para escribir este artículo: el mercadillo. Dejé el coche en los aparcamientos de los pisos que hay enfrente del mercadillo, El Cuartón del Cortijo. Aunque era tarde, algunos vendedores todavía estaban montando su puesto, barras metálicas huecas que encajaban unas con otras hasta quedar perfectamente ensambladas y formar la estructura del escaparate para que el vendedor disponga sus productos a la vista del público. Un puesto de mercadillo es una tienda en la que tienen que colocar cada día su mercancía como si fuera la primera vez, el vendedor tiene que montar un diseño nuevo cada domingo para atraer a los compradores y que estos a la vez participen modificando su imagen al enredar en la ropa, y así el puesto adquiera formas y colores diferentes a medida que va pasando la mañana, como si se tratara de una instalación artística de las que se ven en Arco. Vendedores que tienen que ser capaces de atraer al público para obtener durante unas horas unos beneficios similares a los de una tienda de la ciudad durante una semana, para ello tienen que ser atractivos con precios asequibles, productos llamativos en colores y formas, muchas veces no es necesario estar a la moda para ir a la moda. Un público que compra lo que le gusta, aunque en algunas ocasiones lo único que le gusta es el precio. Cada cliente del mercadillo confecciona su propia moda sin necesidad de seguir los encorsetamientos de pasarelas ni marcas prestigiosas. Me encuentro de pronto con una zapatería. Zapatos limpios y relucientes, como si hubieran pasado revista en un cuartel militar.
Un señor de unos 60 años, con dificultad para agacharse, se prueba un zapato con un calzador, cuando se descalza se ve un tomate en el calcetín, un roto que vemos todos los que estamos cerca como vimos por televisión una y otra vez el tomate de aquel presidente del banco mundial en su viaje a Turquía, Paul Wolfowitz, y es que un tomate en el calcetín lo lleva con la misma dignidad un pobre y un rico. Los que sean muy jóvenes no sabrán de qué estoy hablando, si acaso me lee alguien joven, no sé si los jóvenes leen a los viejos, aunque esto es otra incógnita que ya resolveremos otro día. El zapatero le dice al señor del tomate con una sonrisa irónica y mucha gracia para que no se ofenda, que por cinco euros también tiene un paquete de tres pares de calcetines. Porque el mercadillo también es un espectáculo de vendedores ingeniosos, gente con simpatía, con buen carácter, vendedores que siempre parecen estar de buen humor. Gitanos cetrinos vestidos de negro gritan con voz aflamencada precios y marcas, otros gitanos con modos más suaves atienden a la clientela con educación, y si antes he hablado del colorido en los puestos de ropas, mis puestos preferidos en intensidad de color son las fruterías, el rojo de una caja de tomates presidido por un tomate gordo partido a la mitad para ver su buen aspecto, melones amarillos, manzanas verdes y rojas, lechugas grandes, cebollas dulces, cebollas rojas, cebolletas, pimientos rojos y verdes, sandías gordas, siempre tiene una partida a la mitad para que se vea su jugosidad. Acelgas, coliflores, berenjenas, calabacín, una sinfonía de colores, formas y sabores.
Más adelante hay un puesto de aceitunas, que perfuma todo su alrededor, un vendedor de la Once tiene una cola en su puesto, porque aunque presumamos de sencillez económica el dinero no le sobra a nadie. Gente que compra cupones a diario y que probablemente no les toque nunca. Veo a un hombre grande con andares desgarbados que va de puesto en puesto saludando a todos los vendedores y que se parece un poco a Koldo, el amigo de Ábalos; señoras agarradas del brazo de sus maridos que llevan bolsas de plástico con la compra; chicas jóvenes mirando ropa, bisutería y tiendas de pintura; hombres solos que suelen ir directamente a la frutería. Hay un puesto donde venden plantas y flores, compré un helecho. Veo un puesto de edredones, otro de telas que se venden por metros. Una mesa con cosas curiosas, compro por un euro dos gomas milan antiguas. Salgo del recinto con la sensación de haber estado en un espectáculo de ingenio y color.
Cuando salgo del escenario del mercadillo veo a hijos paseando a padres en sillas de ruedas, hay una residencia de mayores próxima, una imagen que impacta, el envejecimiento humano siempre impacta. Padres y madres que antes han sido cuidadores ahora son cuidados. Paso por el cine Conquistadores, hace mucho que no entro, las últimas veces que ví las carteleras no me interesaba ninguna de las películas, de regreso vuelvo a pasar por el tanatorio, hay todavía más coches que antes. Me gusta la gente buena.
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