Opinión | EL EMBARCADERO
El pueblo gitano
La memoria nos explica y hay que sacarla siempre a relucir, aunque duela; no podemos olvidarla jamás
En la historia de España no solo encontramos momentos memorables, de los que supuestamente nos sentimos orgullosos, como la llegada de Colón a América, en 1492; la promulgación de la primera Constitución, en 1812 en Cádiz; o la reinstauración de la democracia tras la dictadura franquista, ya en el siglo XX. En los anales de nuestro pasado hallamos un episodio del que avergonzarnos y que afectó al pueblo gitano. Ocurrió a mediados del siglo XVIII y nunca se ha abordado de manera dilatada. Tremendo si tenemos en cuenta su alcance, pues no fue algo anecdótico, sino mayúsculo. Durante el reinado de Fernando VI, el 31 de julio de 1749, por orden del marqués de la Ensenada, se llevó a cabo una operación militar larga y perfectamente planificada en España que tenía como objetivo el apresamiento en una sola noche de toda la población gitana: hombres, mujeres, niños y ancianos. Este suceso, a pesar de su repercusión, nunca se estudió en las facultades de Historia y mucho menos en colegios e institutos (ni una sola línea aparece en los libros de texto), desde que fue investigado por Antonio Gómez Alfaro.
El pasado martes asistí a la proyección, en un acto organizado por la Filmoteca de Extremadura en Badajoz, de ‘Gran redada gitana. Historia de un genocidio’, un documental dirigido por Pilar Távora que supone en sí mismo un acto de memoria y que arroja luz sobre este hecho histórico oscuro y muy desconocido: el intento de exterminio del pueblo gitano durante dieciséis años. Esta operación, orquestada por la nobleza y el clero para aniquilar a un pueblo, un genocidio en toda regla, ha estado escondida en cajones pretéritos y nos hace cuestionar el modelo de historia que nos han enseñado, amén de que vuelve a recordarnos lo nefasto que han sido casi todos los reyes para este país y, en concreto, los de la casa de Borbón, más allá del felón Fernando VII en el siglo XIX. Sorprende ver cómo actuaron sin piedad, de manera salvaje, separando a familias y condenando a miles de gitanos a trabajos forzados, en galeras o en minas como la de Almadén, y nos interpela sobre la necesidad de seguir educando y rememorando para, por ejemplo, comprender la marginación a la que se ha venido sometiendo al pueblo gitano y que llega a nuestros días. De aquellos polvos vienen estos lodos. Solo hay que acordarse de expresiones tan malsonantes e hirientes, que llegué incluso a escuchar en mi propia familia, como aquella que dice: «El gitano, si no te la pega a la entrada, te la pega a la salida». Un refrán que no nos habla de la supuesta perspicacia y sagacidad de estos hombres y mujeres para alcanzar su propósito, sino más bien de su picardía y descaro, que roza la delincuencia y la marginalidad. Racismo y antigitanismo en estado puro.
Aparte del buen tino con el que se ha realizado la película, con ficciones históricas bien recreadas, una música sublime y una investigación rigurosa que incluye, además de un gran número de documentos originales, el asesoramiento del historiador Manuel Martínez, ‘Gran redada gitana. Historia de un genocidio’ es un ejercicio de recuperación de la memoria histórica gitana, de la persecución y esclavización de los miembros de esta etnia. Pero no solo es eso; es también la reivindicación de la secular lucha y resistencia del pueblo gitano, que no se amedrenta y que, desde su llegada a España hace seis siglos, en 1425, sigue luchando por su identidad y enriqueciendo los valores culturales de nuestra sociedad. Ya lo sabemos, pero no está de más repetirlo: la memoria nos explica y hay que sacarla siempre a relucir, aunque duela; no podemos olvidarla jamás. Tenemos que reivindicarla y tenerla en cuenta para que no vuelvan a ocurrir crímenes como los acontecidos a partir de aquella lejana noche del verano de 1749, un año infame no solo para los gitanos, sino para todo un país. Hemos de reivindicar la memoria porque solo a través del pasado nos podemos reflejar y entender el presente.
La rueda de un carro, símbolo de los gitanos por su histórico carácter nómada y su apego por la libertad de movimiento, presente en su bandera, aparece en el cartel de esta película, impactante en tanto en cuanto la vemos junto a muchas calaveras en su parte inferior y, de fondo, la flor de lis, emblema de los Borbones. Y, como un ápice de esperanza, un pequeño gorrión posado en la rueda, testigo del horror y la barbarie pero, a la vez, icono inocente de la huida y la esperanza.
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