Opinión | Cotidianidades
Camino de la Aceña de la Borrega, en Ca Milio
No me gustan las residencias en mitad del campo, prefiero que estén en el centro de la ciudad para salir y encontrar de pronto la vida de la ciudad, escuchar su latido

Fachada de Ca Milio. / D. A.
Fuimos tres y otra vez me tocó llevar el coche, no era un Peugeot, ni íbamos a dar mítines, ni éramos cuatro, era una salida amistosa-gastronómica. Salimos de Badajoz por la carretera de Cáceres. La primera parada la hice saliendo por la rotonda que indica la desviación a la cantina de Gévora, por cierto, hace mucho que no entro en la cantina, recuerdo que en la zona del bar tenía buenos aperitivos, y el restaurante también estaba aceptable tanto en calidad como en precio.
Me desvié no para entrar en la cantina, sino para ver el puente de Cantillana, seguía igual que aquel 14 de diciembre de 2022 que llovió tanto. En la entrada del puente sigue una piedra grande, una roca que pusieron para que no pasasen los coches y una valla metálica para que no entren los peatones, tampoco las bicicletas, esta es una ruta muy frecuentada por ciclistas.
Cuando llegué a casa por la tarde-noche estuve buscando las fotografías que hice del puente meses antes del derrumbamiento, no las encontré entre las miles de fotos que tengo. Debería buscar alguna forma de clasificarlas, lo voy a dejar para la jubilación. Estoy dejando cosas para la jubilación pensando que siempre voy a estar igual que ahora. En algunas ocasiones me encuentro con compañeros pensionistas a los que se le nota el envejecimiento. Seguir activo te mantiene alerta y conserva la juventud más que de lo que lo hace el descanso continuo, porque a pesar de que desaparezca el estrés laboral, también desaparece el esfuerzo intelectual, en fin las cosas del paso del tiempo de las que tanto se escribe, se escribirá y escribiré.
De todas formas, el protagonista de este artículo no es el envejecimiento ni el puente de Cantillana ni la cantina de Gévora, a la que iré otro día para hacer un artículo, hoy mi destino es la aldea próxima a Valencia de Alcántara, La Aceña de la Borrega.
Reanudamos el camino, pasamos por Valdebótoa, un pueblo de calles luminosas y amplias, donde también digo que me voy a venir a vivir cuando me jubile. Menos mal que tengo una hija de 14 años que pone un poco de sensatez en esta casa, me dice papá, yo no me voy a ir a vivir a ningún pueblo.
Me gusta Valdebótoa por la luz que tienen sus calles amplias y llanas, sin cuestas, calles rectas y limpias que tienen sembrados en la acera árboles plantados en su momento, no como los que pusieron en Badajoz este julio cuando el termómetro no bajaba de los 40 grados. Los árboles de Badajoz terminaron secándose. Valdebótoa es tierra de agricultores que conocen el tiempo de siembra, ellos supieron plantar los árboles en el momento adecuado dándoles después los cuidados que necesitaban, las calles de Valdebótoa también tienen arriates con rosales de varios colores. Cruzando la carretera hay un espacio con caminos para pasear, hacer senderismo, carreras a pie, bicicleta … En el pueblo hay varios bares donde se juega al dominó, solo le falta una obra grande para ser el lugar perfecto para un jubilado.
No entré en Valdebótoa, seguí la ruta establecida. Pasé por la ermita de Bótoa. Me gusta ver la imagen de la Virgen después de que la preparen las camareras con la singularidad de su sombrero campesino. Me gusta cuando la sacan en procesión por el campo todos los primeros de Mayo, me gustan las manifestaciones religiosas al aire libre, en el campo. Me gusta el campo, me viene de mi padre que fue guarda forestal. Es triste que el campo se quede vacío, ni siquiera hay pastorcitos a los que se les pueda aparecer una virgen.
Enfrente de la ermita de Bótoa hay una residencia de ancianos. Los tres que vamos en el coche somos de la generación Baby Boom. La única chica que viene se jubila dentro de dos meses, dice en broma y en serio que nos vayamos apuntando. No me gustan las residencias en mitad del campo, prefiero que estén en el centro de la ciudad para salir y encontrar de pronto la vida de la ciudad, escuchar su latido, ver cómo la gente acude a sus quehaceres diarios, a sus cotidianidades y aunque me encante el campo, he vivido en el campo y no me importaría vivir en el campo, escuchar su amanecer es uno de los mayores placeres para mí. Pero cuando se llega a la vejez hay que sentir y contagiarse del bullicio de la vida.
Seguimos la ruta, pasamos por el cuartel militar mientras en la radio suena la canción ‘La mala reputación’ de Paco Ibañez, “La música militar nunca me supo levantar”. Ahora el ejército vuelve a cobrar protagonismo después de las últimas provocaciones de Rusia enviando drones sobre el espacio europeo, y del horror de Israel con Palestina, y de que Trump exija que empleemos menos dinero en sanidad y educación y más en armamento. El ejército exhibe su cara bonita y amable por el paseo de la Castellana de Madrid el doce de octubre, luego la guerra es otra cosa mucho menos vistosa.
Pasamos por un cartel que anuncia el manantial de agua Los Riscos, como he escrito antes voy con tres amigos, hemos reservado en el restaurante ‘En Ca Milio’, conduzco yo, así que me toca probar el cabrito que me han recomendado, acompañado con agua, según algunos la mejor de las bebidas.
Seguimos, leemos Alburquerque en la ladera del castillo de Luna, el nombre del pueblo recortado en los setos. Hace tiempo que no se hablaba de Alburquerque, recuerdo aquella época que estaba todos los días en los periódicos debido a su situación económica, cuando no había presupuesto ni para pagar a sus empleados, ahora ha vuelto a los periódicos por lo del robo de las armas del cuartelillo de los municipales y la dimisión del único concejal de PP. Alburquerque sigue teniendo esos dulces ricos, un restaurante en una iglesia, la revista Azagala, el castillo de Luna, sus calles medievales empedradas y a Luis Landero.
Seguimos para la Aceña de la Borrega. Este artículo tendrá una segunda parte, me he quedado sin espacio para escribir del paisaje lunar desde Alburquerque a Valencia de Alcántara, sin poder escribir de los dólmenes, ni del pueblo ni del restaurante ni del cabrito. Aunque no sea el próximo viernes, retomaré el viaje desde Alburquerque en una próxima entrega.
Decía Cavafis que el camino es más importante que el destino.
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