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Opinión | EL EMBARCADERO

Periodista y profesor

El descaro de una ley indigna

¿En qué hemos fallado las sociedades democráticas y sus sistemas educativos para que tantas personas jóvenes se sientan atraídas y voten a una extrema derecha considerada neofascista y nostálgica de la dictadura de Franco, cuando se cumplen cincuenta años de la muerte del aclamado como ‘caudillo’?

La importancia del pasado para entender el presente está más que aceptada y es algo prioritario en la actualidad puesto que existe un riesgo evidente de que puedan reproducirse errores del ayer. Ya nos lo indicaba una frase aparecida en el histórico Talmud de Babilonia: «El futuro tiene un largo pasado». El auge de la extrema derecha en Europa es un motivo de preocupación que nos ha de hacer reflexionar sobre el porqué existe un nada desdeñable porcentaje de jóvenes en nuestro país que preferirían un gobierno autoritario en lugar de otro democrático. Además, según la última encuesta del CIS, casi un 20 por ciento de los jóvenes españoles cree positiva la dictadura franquista, siguiendo esa táctica de blanquear un régimen que, desde sus orígenes, con los militares golpistas de julio de 1936, y hasta su final, institucionalizó y legitimó el terror, la violencia y la represión. ¿En qué hemos fallado las sociedades democráticas y sus sistemas educativos para que tantas personas jóvenes se sientan atraídas y voten a una extrema derecha considerada neofascista y nostálgica de la dictadura de Franco, cuando se cumplen cincuenta años de la muerte del aclamado como ‘caudillo’?

El desconocimiento por parte de amplios sectores de la población de lo que supuso el fascismo, y los genocidios y la barbarie que provocó con su ascenso e implementación, no es en absoluto causal. Parece que obedece a una estrategia intencionada para evitar profundizar en nuestro pasado reciente, lo cual facilita la manipulación mediática y política en la que permanece viva una mitología de cuño franquista sobre la guerra y la dictadura, con ideas manidas como la de no «reabrir viejas heridas». La derogación de la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Extremadura (de 2019) y la aprobación de la Ley de Concordia (impulsada por Vox y PP), el pasado 9 de octubre en la Asamblea de Extremadura, supone la imposición de un revisionismo franquista y un claro intento de invisibilizar las violaciones de derechos humanos del franquismo, borrando su responsabilidad. El blanqueamiento de las atrocidades cometidas desde la guerra civil y hasta 1975 entraña un grave retroceso democrático, que se aleja de los estándares internacionales de derechos humanos y de la ONU, que defienden los principios de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición. Todo ello se incumple cuando se omite la condena del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 o se equiparan víctimas con verdugos, o se intenta diluir la responsabilidad de golpistas y de quienes apoyaron la dictadura al ampliar el marco temporal objeto de la Ley hasta 1931, el año en que se implantó el sistema político democrático de la II República. No, no se puede homologar jamás una democracia con una dictadura de corte fascista.

Justo cuando esta ley indigna salía adelante gracias a los votos de diputados de la derecha y la extrema derecha, algunos de ellos herederos de la dictadura, en un pueblo al oeste de la provincia de Cáceres, en Zarza la Mayor, muchas personas estaban un poco más cerca de poder enterrar dignamente a sus familiares. Habían hallado restos de sus antepasados en un pozo de la mina La Paloma, a 36 metros de profundidad, donde llevaban allí desde el verano de 1936, cuando fueron asesinados por los sublevados. Esta nueva ley, de falsa concordia, pondrá todas las trabas habidas y por haber para que continúen las exhumaciones y para que prosiga una amnesia que nos ha llevado a conocer mejor los campos de concentración nazis que los del franquismo, como el de Castuera o las colonias penitenciarias de Montijo en nuestra región.

Quizá resultaría efectivo pensar en cómo se ha llegado a este retroceso y es entonces cuando habría que reconocer la falta de desarrollo normativo de la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Extremadura, por parte del anterior gobierno de la Junta de Extremadura; o la inexistencia de una base social fuerte capaz de provocar una movilización por esta regresión legal, más allá del movimiento memorialista extremeño. Ya es hora de divulgar esas historias olvidadas de la guerra civil y el franquismo, sepultadas por una «Santísima Transición», y de recuperar ese hilo rojo de solidaridad entre los de abajo para hacer frente a un capitalismo que nos arroja al individualismo, a una falta de conciencia política que nos aleja de rigurosos historiadores y nos repite absurdos mensajes de ‘influencers’ que solo buscan su lucro personal. Si hubo silencio durante tanto tiempo es porque hubo miedo y represión, que fue brutal durante casi cuarenta años. De todo ello no nos hablaron pero, por suerte, hay nuevos materiales como el documental ‘El silencio de otros’ (2018) para abrirnos los ojos a esta realidad oculta, a este pasado traumático. Cuando uno no se reconoce en su verdadera clase social, trabajadora por lo general; no defiende una socialización de la riqueza y se ubica en una supuesta clase media con aspiraciones egoístas para ganar mucho dinero, todo se retroalimenta, también el auge de populismos y de posiciones reaccionarias. Recogemos lo que sembramos. Sin embargo, no todo está perdido ni mucho menos. Las luchas contra el cambio climático o las protestas masivas contra el genocidio cometido por el Estado de Israel en Gaza demuestran que hay esperanzas para transformaciones positivas. El verdadero conocimiento de esa parte de la historia que quedó relegada intencionadamente servirá para construir un futuro de paz, de respeto a los derechos humanos y de igualdad entre hombres y mujeres, apoyándose en la memoria de quienes defendieron la democracia, la justicia y las libertades frente al fascismo.

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