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Opinión | Disidencias

Periodista

Geografía

Nunca he estado en La Atalaya ni en La Pilara ni en Cerro Gordo ni en la Dehesilla de Calamón, aunque tengo amigos y conocidos que viven por allí

Nací en San Fernando, concretamente en la calle Luis Chamizo, aunque nacer, realmente nacer, de toda la vida de Dios he pensado que había nacido en el Sanatorio 18 de julio, antiguo Sanatorio Augusto Vázquez, en la actual avenida de Adolfo Díaz Ambrona y no en el Materno Infantil. El caso es que ya no tengo a nadie con conocimiento de causa a quién preguntar por el tema, pero lo que sí es cierto es que vivíamos en la calle del poeta de Guareña, frente al río Guadiana y Las Moreras. De confirmarse mi alumbramiento en el Materno, diríamos que también habría nacido en Antonio Domínguez. Mi patria es Santa Marina, porque allí fui niño, fui adolescente, fui joven y fui feliz. En la plaza de los Alféreces quedan los momentos más familiares, más libres y más inocentes de toda mi vida. Y, desde hace décadas, vivo y trabajo en el Casco Antiguo.

En los pisos de La Paz vivían unos amigos de mis padres que salían en pandilla en la fiesta de fin de año, en lo que hoy es Valdepasillas (o Los Ordenandos, que por ahí me pierdo en las denominaciones) estaba el campo de la Metalúrgica, donde jugábamos a fútbol, luego pusieron el Pryca y ahora tienen un hospital en el que he estado ingresado varias veces, un porrón de establecimientos de hostelería y Sinforiano Madroñero, la avenida más transitada de Badajoz. Al único gimnasio que he ido en mi vida estaba en Huerta Rosales, con la procesión íbamos a liberar un preso en la cárcel que estaba en Pardaleras, en María Auxiliadora acudíamos a la casa de Fiorina a comprar chucherías, el peor recuerdo de mi vida profesional lo tengo anclado en el Cerro de Reyes, en Suerte de Saavedra vive un amigo con el que he compartido décadas de confidencias, la primera visita institucional que hicimos con Miguel Celdrán fue a Cuestas de Orinaza, he estado una vez en Los Colorines y no me fiaba un pelo, siempre me han gustado los nombres de la UVA, Gurugú y El Progreso para esos barrios y he recorrido a pie, no hay otra manera de hacerlo, las 800 viviendas y, ya que estamos, en las 500 viviendas de San Roque vivía la primera chica con la que salí en serio. De Santa Engracia, conozco, principalmente, la planta depuradora.

Descubrí Las Vaguadas en sus amaneceres ¿o fue al revés?, he comido los pollos en el Rincón de Caya, me he perdido en el Cerro de San Miguel, en el Cerro del Viento me encontré un incendio, y a Fernando Torres, el futbolista, me lo encontré en Jardines del Guadiana. Un poco más arriba, en la Urbanización idem, estaba Aldebarán, el restaurante señorial, el lugar donde se hizo realidad “Esta noche cenamos con Antonio Gala”, que luego teatralizó Martínez Mediero, Ciudad Jardín tiene su punto y respiraron a gusto cuando desapareció la cochinera al lado de Continente (en realidad, respiramos en todo Badajoz, porque hay que ver la peste que soltaban aquellas paredes), en el Corazón de Jesús compré unos muebles, aunque en el camino he parado muchas veces a pillar higos chumbos y en La Banasta estaba la Huerta del Cura y el que tenga oídos para oír, que entienda, aunque era, también, el camino de extranjis para ir a Las Vaguadas.

Nunca he estado en La Atalaya ni en La Pilara ni en Cerro Gordo ni en la Dehesilla de Calamón, aunque tengo amigos y conocidos que viven por allí. Por Las Moreras pasaba un canal, afortunadamente eliminado, donde un niño estuvo a punto ahogarse y una niña que lo salvó, fue a la operación Plus Ultra. En Los Montitos he pasado nochebuenas eternas y jalogüines divertidísimos, en Tres Arroyos descubrí que se celebraban misas negras y, algunos, por exorcizar la zona, escribieron en los árboles “Dios te ama”, aunque, en realidad, mis recuerdos son de San Isidro y esa romería que nunca acaba de despegar.

En el campo de fútbol de Agraz, en Villafranco, jugué un partido de fútbol, entre periodistas y policías y acabé en Urgencias del Infanta, perdón, Universitario ahora, con la rodilla derecha como un melón y, en Balboa, hice un reportaje con unos americanos que experimentaban con diferentes tipos de semillas para las distintas variedades de tomates. Valdebótoa era parada sin fonda de camino a La Codosera, de donde era mi padre o a San Vicente de Alcántara, donde nació mi madre, y desde allí vinieron a parar, en su camino como emigrantes, primero a Sagrajas y luego a Badajoz. Alvarado lo conocía cuando el agua les llegaba en bolsas, he estado en la biblioteca de Novelda, en Alcazaba estuve una vez y en Gévora me he tomado muchas cervezas, he celebrado con el señor arzobispo a San Francisco de Sales, Patrón de periodistas, en la Casa de Oración de Nuestra Señora de Guadalupe y a más de una boda me han llevado a Palacitos.

La geografía de mi vida se ancla en un Badajoz que fue y es, aquel que nos llevaba al viejo Vivero a ver a Marmesat o Paco Herrera o al San Francisco del primer Carnaval o al San Juan de La Paz o al Mercado de la Plaza Alta o a los pasteles de La Cubana o Alba. En fin, un Badajoz que todos tenemos en común, que a todos nos iguala y del que cada vez van faltando más y eso, a veces, nos hace pensar en las asignaturas pendientes de la vida y si de verdad es necesario perder tanto el tiempo en aguantar a tontos y ponerle límites a la inteligencia.

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