Opinión | La escotilla
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Los autores de las pintadas en Badajoz, y presumiblemente los autores de los mensajes en redes sociales, parten de una visión equivocada del pasado de España
La Crónica de Badajoz señalaba ayer en primera página la aparición de pintadas antimusulmanas en diferentes puntos de la ciudad. El mismo día, El País publicó en primera página que el 94% de los mensajes de odio en redes se dirige a musulmanes y norteafricanos. No es coincidencia y no puede decirse que haya relación causal directa entre estos dos medios. Ambos están informando, es un problema general que se manifiesta en muchos sitios y de formas muy dispares. El nexo común de ambas informaciones es la campaña islamofóbica de partidos de extrema derecha, y de algunas personas no tan extremas. Yo añadiría la puntualización que en su día hizo Najat al Hachmi de que a la islamofobia se añade una muy española componente de morofobia.
Apuntado el hecho de que denigrar a alguien, individual o colectivamente, por su origen, religión o costumbres personales es una sandez, bien que muy extendida, convendría pararnos un momento a examinar el trasfondo de esta campaña, especialmente en su vertiente hispánica. La parte comprensible es el rechazo, muy humano rechazo, a la evidencia de que el mundo está cambiando, de que las antiguas certezas explican mal aquello que vemos día a día en cualquier calle de cualquier parte de Europa. Históricamente los cambios sociales, grandes y pequeños, han venido acompañados de intentos de revertirlos a base de recurrir a un pasado supuestamente puro que encaje con los prejuicios presentes de quienes se resisten a los cambios. Ahora bien, el que sea comprensible todo esto, no lo convierte en asumible y deseable, siquiera sea porque todo intento de revertir y oponerse a estos cambios profundos ha fracasado estrepitosamente. Con más o menos sangre de por medio, pero fracasaron. El modo capitalista de producción, el diferencial de riqueza entre el norte y el sur globales, el envejecimiento de las poblaciones del norte, junto con la indudable mejora y abaratamiento de los transportes y la difuminación de las fronteras políticas, han tenido como efecto inevitable una doble necesidad, la de los pobres de buscarse un trabajo y una vida digna, y la de los ricos por disponer de mano de obra para sustentar su riqueza.
En el caso de la componente morofóbica hispánica, algo ya apunté en anteriores columnas sobre la Reconquista. Los autores de las pintadas en Badajoz, y presumiblemente los autores de los mensajes en redes sociales, parten de una visión equivocada del pasado de España. Una visión con una gran contradicción interna, pues parte de dos supuestos semánticamente incompatibles. Uno, el que España se forjó en su lucha contra el Islam invasor, culminada por los Reyes Católicos en 1492 (el que además expulsaran a los judíos ese año vino a rematar la faena). Otro, la idea de la «pérdida de España» a manos del pérfido don Julián y del inepto don Rodrigo que la entregaron, con colaboración judía, a los indeseables moros Tarik y Muza; pérdida que se subsanó con la Reconquista y que culminó en su «recuperación» en la vega granadina y la rendición de Boabdil. Si se recuperó España en la reconquista, es que ya estaba forjada, y si se forjó, es que no se recuperó. Inconsistencias aparte, estas ideas son, como ya he dicho en anteriores ocasiones, acientíficas, a-históricas y son solo prejuicios ideológicos.
Tema aparte es cómo quedarán la sociedades española y europea, cómo quedarán las sociedades africanas y sudamericanas, tras los cambios, integraciones o desintegraciones de las poblaciones que resultarán de estos flujos poblacionales. El mundo no será ya como lo hemos conocido, algo diferente resultará, pero como el mundo nunca es igual a sí mismo, cambia continuamente, en el fondo nihil novum sub sole. Lo que está claro, es que los problemas no se resuelven a golpe de pintadas ni de mensajes en redes sociales.
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