Opinión | Cotidianidades
Claudia
Cuando oigo la palabra emigrantes soy incapaz de pensar en enemigos ni en delincuentes, siempre pienso en estos humildes trabajadores que realizan los oficios que nosotros ya no hacemos

Claudia, en el balcón. / D. A.
Claudia trabaja en la limpieza de casas casi desde el mismo día que llegó a Badajoz. Vino un domingo por la tarde y empezó a trabajar un lunes por la mañana, desde entonces no ha dejado de utilizar los utensilios de limpieza, tampoco su infinita paciencia ni su generoso despliegue de cariño con las personas mayores a las que cuida. En la actualidad, después de más de 10 años viviendo en la ciudad, y sin la ayuda de Yolanda Díaz, ha conseguido reducir su jornada laboral de nueve de la mañana a nueve de la noche. Desde su llegada ha trabajado de interna cuidando de señoras mayores, ha trabajado en oficinas y en casas particulares, actualmente cuida de una anciana durante las mañanas, por la tarde hace compañía a otra abuela desplazándose hasta la residencia donde está ingresada. Cuando termina su jornada sube al autobús urbano para cruzar el puente de la Universidad y trasladarse a las oficinas de una compañía eléctrica en Ronda del Pilar, allí realiza la limpieza. Luego, sobre las 21 horas, vuelve caminando hasta su casa situada por la zona de Fernando Calzadilla, donde vive con su hijo. Ahí es donde finaliza su trabajo para los demás y empieza con el de su casa.
Claudia nació hace 51 años en Brasil, en Governador Valadares en el estado de Minas Gerais, una localidad de unos 250 habitantes, que está a unas ocho horas de la capital brasileña. En su pueblo trabajaba en una farmacia como auxiliar, pero por circunstancias que no conozco con seguridad, creo que tenía que ver con la adicción de su pareja a la bebida, Claudia decidió ir a vivir a Portugal donde tenía unos primos, al final terminó en Badajoz en casa de una amiga. Flor había sido su amiga desde la infancia, tienen una edad parecida, cuando eran pequeñas vivían en la misma calle, una al lado de la otra. Siempre habían sido vecinas hasta que Flor decidió venirse a España en busca de una vida mejor. Cuando Claudia llegó a Badajoz su amiga la recibió y le ofreció cobijo en su casa de alquiler, una casa compartida por otras tres compañeras de piso, ellas eran de distintas nacionalidades, aunque todas tenían el mismo oficio, trabajaban día y noche en el cuidado de personas mayores y en la limpieza de pisos. Flor le cedió a su amiga un par de domicilios para que trabajara, luego, Claudia se fue buscando la vida. Dice que en este empleo el boca a boca es fundamental, y si eres buena en el oficio, tienes más posibilidad de encontrar trabajo.
Claudia es muy trabajadora y nunca dice que no a una limpieza. Llegó a Badajoz en autobús un domingo por la tarde dejando en Brasil dos hijos, unos padres y un hermano. Desde que vino a Badajoz no ha vuelto, ni siquiera cuando murieron sus padres ni cuando murió su hermano como consecuencia del covid. Con tesón y mucho papeleo, consiguió que sus dos hijos se vinieran con ella. La hija, que tendrá en la actualidad unos 30 años, se casó con un brasileño y vive en Portugal. El hijo, como he escrito antes, vive aquí, en Badajoz, con ella. Ha estudiado Técnico Superior Deportivo en el instituto Zurbarán. Danilo, que es como se llama el hijo, ha jugado al fútbol en el Flecha Negra y en el Gévora, en la actualidad entrena al equipo de fútbol Hispanolusa en el complejo Alcántara. Hispanolusa es como una escuela de fútbol que intenta fomentar el deporte en los niños, mientras tanto, Danilo aprende otra labor manual por las mañanas, vivir del deporte hoy en día no es fácil.
Claudia, aunque todavía tiene un marcado acento brasileño, está plenamente integrada en la ciudad, trabaja, vive y disfruta de España, es del Badajoz y del Atlético de Madrid y desde hace unos años tiene una pareja, Antonio, un buen hombre que la cuida y la quiere. A Claudia es fácil quererla, porque no solo es una buena trabajadora, responsable con su trabajo al que no falta nunca, ni cuando está enferma, Claudia es sobre todo una buena persona, siempre está de buen humor y contagia su alegría a los demás.
Le pregunto si tiene nostalgia de Brasil, si se acuerda de su país, de su ciudad, contesta que sí, que se acuerda de su familia, cuando piensa en ellos, que es con frecuencia, siente una sensación de vacío al recordar que sus padres fallecieron aunque eran mayores. Sobre todo siente mucha tristeza cuando piensa en la muerte de su hermano que era joven, sano, fuerte y deportista, murió por una neumonía provocada por el covid.
Ahora que se habla tanto de la emigración y ese odio que se está extendiendo por casi todos los países europeos, o cuando veo esas pintadas en las paredes de la estación de autobuses de Badajoz me acuerdo de Claudia, de Flor, de Alicia, una boliviana que cuidaba a una vecina afectada por alzhéimer. Pienso en ellas cuando vivían todas en el mismo piso de alquiler, aunque donde más tiempo pasaban era en casa de los ancianos a los que cuidaban, les acariciaban su piel desgastada y rugosa, los aseaban y también limpiaban sus casas para enmascarar el duro e incómodo olor de la vejez y así cuando llegaban los hijos todo oliese a limpio. Los emigrantes que conozco son las cuidadores de nuestros mayores, que dan compañía y cariño a los abuelos sin que se les note la tristeza cuando piensan y echan en falta a sus hijos, que se han quedado con sus padres en sus países y a los que envían parte de sus escasos ingresos para que un día puedan viajar y reunirse con ellos, pienso en esos otros emigrantes que recogen la fruta en verano cuando ya son pocos los jornaleros españoles que están dispuestos a hacerlo, o los que trabajan en la obra ahora que no hay albañiles suficientes.
Cuando oigo la palabra emigrantes soy incapaz de pensar en enemigos ni en delincuentes, siempre pienso en estos humildes trabajadores que realizan los oficios que nosotros ya no hacemos.
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