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Opinión | EL EMBARCADERO

Periodista y profesor

Tender puentes

Los misterios siguen rodeando este puente, con leyendas al más puro estilo de la literatura caballeresca del rey Arturo que indican que, en el remate de la torre central del puente, y entre sus sillares, hay embutida una espada de metal

Si de algo puede presumir Extremadura, entre otros muchos dones, es de su encomiable patrimonio histórico-artístico y monumental, dentro del cual sobresalen, sin duda, sus puentes. De hecho, los tenemos para casi todos los gustos, salpicando toda nuestra geografía. Así, encontramos algunos que destacan por su longitud, con sus casi ochocientos metros, y robustez (el romano de Mérida); o por su simplicidad y simbolismo (el del Marco, cerca de La Codosera, conocido por ser el puente internacional más pequeño del mundo). Algunos quedaron sumergidos, formando parte del patrimonio subacuático (el del Cardenal, en pleno corazón del parque nacional de Monfragüe); o, con su destrucción, son testigos de un pasado de conflictos armados con nuestros vecinos portugueses (puente de Ajuda, en Olivenza). Otros fueron desplazados (lo que quedaba de ellos) por la construcción de una presa (el de Alconétar, que se integraba en la calzada romana de la Vía de la Plata) o bien conforman algunas de las postales más hermosas de la comarca de la Vera, como es el caso de los Alardos, junto a Madrigal de la Vera, o Cuartos, en las cercanías de Losar de la Vera. Bajo ambos discurren aguas limpias y frías, procedentes de gargantas que nacen en la sierra de Gredos, y que hacen las delicias de los bañistas en los tórridos días de julio y agosto. En el siglo XX se levantaron los dos grandes puentes extremeños de tipología atirantada: el de Lusitania, en Mérida; y el Real, en Badajoz, muestra de una vanguardia de la técnica constructiva.

Sin embargo, hay un puente espectacular por su envergadura y porte en nuestra región. Es el de Alcántara, erigido en el siglo II d. C. (en la época de Trajano) y que, con sus casi 200 metros de longitud y casi 60 de altura, es un exponente de la depurada y funcional ingeniería romana. Unía la calzada que iba desde Norba Caesarina (Cáceres) hasta Conimbriga (Portugal) y fue dañado y reconstruido en varias ocasiones, desde la Edad Media hasta el siglo XIX. Su magnetismo hizo que fuera descrito por cronistas, viajeros y estudiosos. Los misterios siguen rodeando este puente, con leyendas al más puro estilo de la literatura caballeresca del rey Arturo que indican que, en el remate de la torre central del puente, y entre sus sillares, hay embutida una espada de metal. Cuando se intenta tirar de ella, solamente salen unos tres palmos aproximadamente y no se puede extraer más. Cuando se suelta la espada, esta vuelve de nuevo a introducirse rápidamente en su vaina, como si estuviera protegida por un hechizo. Una segunda versión de la leyenda dice que los musulmanes encontraron en algún lugar, dentro del puente, una espada de oro, que otros creen que ya ha desaparecido y que incluso sigue oculta aún en la estructura. Hay otra explicación más rocambolesca, que asegura que el rey visigodo Don Rodrigo llegó a Alcántara huyendo de los musulmanes y que aquí murió por una traición. Aunque su cuerpo fue sepultado en Viseu, su espada quedó colgada del arco más alto del puente, a una altura inalcanzable desde el río. Allí habría sobrevivido a los tiempos hasta que desapareció sin explicación.

Este impresionante puente romano ha estado abierto al tráfico rodado hasta hace pocos días, pues el pasado lunes, 20 de octubre, se inauguró un viaducto de hormigón y acero por el que transcurre ya la carretera EX-117. Por fin se logra esa vieja reivindicación para salvar un monumento que debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Cuando el viajero pasa por Alcántara en dirección a Piedras Albas y Portugal, el descanso en este punto se hace inevitable, casi como una invitación a parar el reloj y a contemplar, a dejarse seducir por el entorno natural que configura ahí el río Tajo y rodeados de ingeniería civil, con el puente, la presa José María Oriol y el viaducto. Todo ello en una localidad como Alcántara, que esconde muchos rincones increíbles como esa cantera que nos transporta a un paraíso escondido entre rocas y aves protegidas, con aguas cristalinas y un paisaje inolvidable, convirtiéndose en un paraje maravilloso que te cautiva cuando lo visitas por primera vez.

Extremadura es una tierra rica en puentes. El paso de dos grandes ríos de la península ibérica como son el Tajo y el Guadiana ha dado como consecuencia una gran variedad de puentes para salvar los mismos, así como sus afluentes. El de Alcántara se lleva la palma y con merecimientos más que sabidos.

En momentos actuales, dada la situación político-social de profunda polarización y enfrentamiento, e incluso de odio, merece la pena rescatar el significado de una expresión: «tender puentes», que nos aleja de las diferencias y hace que dejemos de percibir la sociedad y la política como dividida entre un «nosotros» contra «ellos/los otros». Si esto acontece, el futuro o la viabilidad de una comunidad dependerá de la derrota de la parte opuesta, transformando la política en un juego de supervivencia. Algo inaceptable. La receta no es fácil, claro está, pero vale la pena siempre evitar esa brecha y tender puentes, trabajar con altura de miras. En lugar de encapsularse, debemos conectar y trabajar con los otros en busca de un proyecto común. Entre los ingredientes necesarios no pueden faltar la empatía y crear espacios de diálogo y deliberación. Conseguir levantar el puente romano de Alcántara no fue tarea fácil, y muchas vidas se truncaron ahí, pero fue un propósito compartido, de una colectividad que veía esa necesidad y remó en esa dirección, con un resultado casi inmortal. Y una inscripción alusiva al arquitecto romano encargado de su construcción, Cayo Julio Lacer, en un pequeño templo romano cercano, así lo atestigua: Un puente que durará el tiempo que dure el mundo.

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