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Opinión | La escotilla

Arqueólogo

Juicio de Paris

Cada mujer, individual y colectivamente, tiene el derecho de cultivar la faceta de su femineidad, Afrodita, Atenea, Hera (por orden alfabético, no de prelación) que elija en cada momento, a combinarlas como le parezca

Si entran ustedes en la sala de plenos de la Diputación de Badajoz miren al techo. En el centro verán una gran pintura de Adelardo Covarsí que representa el Juicio de Paris. Las figuras principales son Paris, hijo del rey Príamo de Troya, en el centro, sentado y con un gorro rojo. Tras él, con un gorro alado, Hermes, el mensajero de los dioses. Flotando en el aire, entronizada, la diosa Hera (en latín Juno), reina de los dioses y esposa de Zeus, quien simboliza el carácter doméstico de la mujer, su papel como esposa, madre y gestora de la casa. De pie, a espaldas de Paris, Atenea (en latín Minerva), armada con casco y lanza, que se representa así porque es el reconocimiento de la capacidad de la mujer de hacer cualquier cosa, tanto o mejor que cualquier hombre, por lo que era diosa de la sabiduría, la justicia y las artes, entre otras cosas. Delante de Paris está Afrodita (en latín Venus), que representa el carácter sensual, sexual, de la femineidad. Estas tres diosas eran la representación mitológica griega de las distintas facetas y realidades de la mujer tal y como las entendían.

La pintura es de 1923 y cabe preguntarse qué relevancia tiene hoy, más allá de su valor como testimonio artístico e histórico. La tiene. Para entenderlo, veamos lo que la escena representa. En la boda de Tetis (una ninfa nereida, por tanto inmortal) y Peleo (un mortal) se presentó la diosa de la discordia, Eris, enfadada por no haber sido invitada y entregó una manzana con la indicación de que era "para la más bella". Las tres diosas presentes la reclamaron para sí. Eventualmente se decidió que Paris juzgara a cuál le correspondía el galardón. Le pillaron pastoreando los rebaños familiares y el muy imbécil en vez de elegir muerte se inclinó por Afrodita, con el consiguiente enfado de las otras dos. De este juicio se derivaron grandes desastres: la diosa ganadora premió a Paris con la bella Helena, a la sazón esposa del rey Menelao de Esparta, lo que dio pie a la guerra de Troya, ciudad que quedó destruída, amén de las múltiples muertes y desgracias que tan bien relatara Homero.

Esta narración transciende su mera literalidad, en cuanto da a entender que se alteró el equilibrio, fue un error al primar una de las cualidades femeninas sobre las otras, pues la mujer no es solo sexo y sensualidad, y avisa de que de ese desequilibrio se derivarían necesariamente discordias y desgracias. A pesar de que los griegos clásicos ni de lejos pudieran calicarse como feministas, en su mitología resaltaron que la realidad femenina es pluridimensional, compleja, y que es necesario respetar cada faceta, so pena no solo de ser injusto sino, sobre todo, de causar calamidades indeseadas. Nada que no sepa cualquier mujer, aunque poco recordado en la práctica, incluso por los mismos griegos que elaboraron tan sabio mito.

En estos momentos de la historia en el que se está redefiniendo el papel social de la mujer, resultado de una larga lucha, que prosigue, por la igualdad y la justicia, conviene recordar el Juicio de Paris. Incita a no primar solo una de las facetas de la realidad femenina, reducirla a ser unidimensional. Ya no se admite públicamente que la mujer sea solo sexo y sensualidad, buenez, eso al menos. Pero hay otras corrientes de pensamiento o de acción que convendría repensar. Uno es el que, subliminalmente al menos, tiende a promover que la mujer se integre en la sociedad exclusivamente como una Atenea, profesional, fría, activa, sin familia ni más relaciones, en plan hombre. Otra es el estúpido intento de implantar el modelo de las trad-wifes, unas a modo de Hera/Juno de estupenda apariencia y felices de estar todo el día en la cocina y atendiendo hijos cuyo parto no les ha machacado el cuerpo.

Cada mujer, individual y colectivamente, tiene el derecho de cultivar la faceta de su femineidad, Afrodita, Atenea, Hera (por orden alfabético, no de prelación) que elija en cada momento, a combinarlas como le parezca. Ni los hombres ni el sistema socio-cultural tienen la potestad de interferir en este derecho ni marcar pautas ni preferencias al respecto. El Juicio de Paris, por lo menos, nos recuerda qué no hacer. Si aparecen tres diosas con un problema similar, habrá que elegir muerte. Será lo mejor para todos.

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