Opinión | Cuaderno de viajes
Seguimos de viaje hacia Canadá
Es fácil imaginar cómo durante el curso las calles se llenan de alumnos que corren para refugiarse de la nevada en los cafés, que llegan de jugar al hockey, que escapan de clase con ganas de escuchar música y reír, con hambre
Espero que a la llegada de esta se encuentren bien. La semana pasada les dejé en el campus de la Universidad pública de Maine, en Oreno. En el Norte casi del Norte. Apenas queda ya estado por encima, solo grandes extensiones despobladas donde viven los osos negros, los ciervos y los alces. El North Maine Woods.
Dimos un paseo hasta el río al que en el algunos tramos no se podía acceder porque sus orillas eran privadas, parte del jardín de las casas de madera blancas que acompañaban, generación tras generación, el paso del agua. Un columpio colgaba de una rama de un árbol hermoso y grande, unas butacas andiorack se hacían compañía, el libro y una copa reposada sobre un banco… son testigos del pasar del tiempo, sabedores del privilegio que es mirar, mirar con reverencia, serenamente.
Es fácil imaginar cómo durante el curso las calles se llenan de alumnos que corren para refugiarse de la nevada en los cafés, que llegan de jugar al hockey, que escapan de clase con ganas de escuchar música y reír, con hambre. Como hacemos nosotros, entrando en Pat’s Pizza, que desde fuera parece un local envejecido, un poco magullado por los años, pero que sigue en pie, resistiendo, esperando a sus clientes de entonces, a sus hijos y a los nietos de aquellos, desde 1931. Recibiéndolos, con la misma chispa, que a estos dos viajeros que llegan de lejos, que se asoman con aire despistado y con pinta de gustarles flanear, y descubrir sitios escondidos y gente y observar y escuchar y que le dicen a la camarera que elija ella, que comerán lo que coma la mayoría, que seguro que está bueno.
En la parte delantera una barra con taburetes redondos giran como giraban los vinilos, las caderas y el vuelo de los vestidos de las chicas al escuchar a Elvis, giran renqueantes, como si les faltara lubricante, como lo hace el pasado. Mientras unos novios tontean bajo un cartel que anuncia un baile de 1971. Sentados en los bancos corridos de skay rojo delante de la mesa de formica y la rocola , planeamos el viaje del día siguiente con parada en Houlton.
Está nublado y hace fresco. Es un pueblo pequeño y la calle principal es un decorado del oeste. No imagino indios y vaqueros sino señoras con boas en el cuello fumando en boquilla desde los balcones del Saloon, banqueros con levita y puro, en sigilosa conversación con quien llega cargado de pepitas de oro que descubrió en una mina cercana, reuniones clandestinas y limpiabotas en las puertas del casino. La farmacia, el café, el periódico, el ejército de salvación, la barbería, todo está en esa misma calle …. La estatua de George Washington erigida por la logia masónica, cuyos símbolos, adornan los principales edificios del centro, ‘Freemason and first President’.
Después de tomar un café seguimos la ruta. Fue mi primera vez. Grité desde el coche tanto como abrí la boca. Un oh profundo que llegaba desde mi infancia y las tardes de los sábados viendo películas en la televisión y las mañanas de domingo con los programas dobles del cine. Junto a la carretera una manada de búfalos pastaba con la pesadez de los siglos. Me acerqué para poder ver sus ojos grandes en como de una beluga de pelo enmarañado. Y sentí al igual que cuando una vez, una sola vez, vi un castor o él me vio a mí, que los personajes de mi imaginario iban completándose, como un puzzle que sin darme cuenta empecé a colocar cuando era pequeña entre cuentos y películas, sobre la mesa de la cocina de mi casa. Nos vemos la semana que viene on the road!
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