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Opinión | A la intemperie

Abogado

¡Valbuena! ¡Al patio!

Donde se habla de la conveniencia de mandar al patio a los que desafinan …

He sido más de Furtwangler que de Karajan. Más bien por el envase, porque oído musical no tengo. Y si lo tengo, lo tengo criminal. Casi terrorista. Me lo tienen dicho. Tanto que debe ser cierto. Yo no noto nada, ni por dentro ni por fuera, así que sigo siendo más de Furtwangler que de Karajan y a mí plin. Tendría yo ocho o diez años cuando el cura me mandó al patio. ¡Valbuena al patio! Éramos cincuenta en clase y entre cincuenta aquel cura, que Dios tenga en su gloria, supo que el que desafinaba era el que esto firma y rubrica. Siempre he tendido a ser algo lelo, así que, en un primer momento, consideré que aquello era un premio. No podía ser sino un premio... yo en el patio y el resto erre que erre hasta que aprendieran a cantar Noche de Paz como Dios manda. Eso pensaba aquella mañana en la soledad de un patio desierto, los ojos perdidos -enormes ventanales por medio- en mis compañeros convertidos en coro navideño. Casi un cuento de Dickens. Así ayer, cuando me vi encerrado en un autobús con sesenta músicos alemanes, volví a pasar frío al verlos reflejados, tan marciales ellos, en mi ventanilla. ¡Sesenta alemanes y yo! Todos de negro, ellos y ellas. Solo el blanco de las camisas parecía darme tregua. Como por instinto, temí desafinar. De hecho, desafinaba: vaquerito y camisa a rayas. Toda una sinfónica parla que te parla, en alemán, por supuesto. Me acordé de Woody Allen y la boutade aquella de invadir Polonia. No hizo falta ni que sonara Wagner; ya les he dicho que tiendo a lelo. ¡Valbuena, al patio!

La entrada para el concierto y el pase para el bus me los dio mi amigo Israel, que es músico y trabaja de tal en Alemania. Fue a la puerta del hotel, así como los mozos de espadas reparten los pases de callejón. Nos conocimos en Badajoz y Badajoz nos aletea dentro por mucho que yo siga desterrado y él lleve en Alemania más de diez años y tenga tres hijos alemanes. A Israel por dentro le suenan suspiros de España. Nos suenan. Cuando en su día le pedí que compusiera un himno nuevo, uno más, para el Club Deportivo Badajoz -ese que entonces se apellidaba 1905-, lo hizo con pasión y bondad. Desde entonces estoy en deuda con él. Al himno le puse letra yo, y mi amigo, como el cura aquel, al primer jipío descubrió lo de mis oídos criminales. Él dale que te pego con la música y yo intentando cuadrarle una letra. ¡Valbuena, que te pierdes! Y a mí me sonó a ¡Valbuena, al patio! Pero Israel aguantó y tuvimos himno. Él acabó en Alemania sin ser turco y yo en un autobús de músicos sin ser músico. Ahora Israel cuida su próstata y yo mi corazón. Antes de que comience el concierto hablamos -en español, por supuesto- de John Ford, de José Luis Garci, de los bollos de La Cubana… y de que han estrenado una película sobre los españoles encerrados en los gulags (por desafinar, supongo). 'La Tregua' se llama. Rojos y azules. Y de que cantan juntos, rojos y azules, 'Suspiros de España'. ¡Juntos! Allá en la estepa rusa... ¡Qué frías las noches cuando no se duerme en España! Los alemanes no paran de tirar fotos a los termómetros de las calles. ¡Qué calor! Él y yo con ellos, camino del teatro, como si fuéramos dos arcabuceros del tercio en una mesnada de lansquenetes. Contrabandistas de corcheas... Y de suspiros.

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