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Opinión | EL EMBARCADERO

Periodista y profesor

Votemos

Votar siempre es trascendental pero depende de en qué términos y cómo se plantee la consulta

La presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola, ha pulsado el botón que activa la disolución de nuestro parlamento, la Asamblea de Extremadura, y la convocatoria de elecciones anticipadas para el próximo 21 de diciembre, a pocos días de las fiestas navideñas. Ha medido sus tiempos y ha esperado el momento que más creía que le convenía a sus propios intereses y a los de su partido, el PP. Ya estamos acostumbrados a esto, a ese tacticismo que se suele mezclar con faltar a la palabra dada. María Guardiola lo hizo cuando, en 2023, dijo que jamás gobernaría con quienes niegan la violencia machista, deshumanizan a los inmigrantes o tiran a la papelera la bandera LGTBI, en alusión a Vox. Palabras vacías, pues luego tuvo que tragarse un sapo y meter a Vox en una consejería, hasta que la ultraderecha decidió salir de los gobiernos autonómicos.

No es la única, ni mucho menos. Pedro Sánchez sabe de qué va eso de desdecirse las veces que hagan falta, como ocurrió con la amnistía de los implicados en el ‘procés’. Hay quien llamará a eso adaptarse a las circunstancias, pero ese «donde dije digo, digo Diego» nos hace pensar, cuanto menos, en los dirigentes políticos que nos rodean y en la esencia de la democracia y sus valores. El poder político del y para el pueblo, con sus orígenes en la Atenas del siglo V a. C., no vive momentos gloriosos, con una desafección sobre todo por parte de jóvenes que enaltecen la figura de Franco y su régimen desde el desconocimiento más absoluto, sin percatarse de que si lo hubieran sufrido en sus carnes la mayoría se habría rebelado contra él. ¡La ignorancia es tan atrevida! Más libros de Historia Contemporánea y menos ‘youtubers’ de extrema derecha soltando estupideces y falsedades.

Además del pluralismo (no solo político, sino también cultural, religioso o social, que se apoya, especialmente, en la conformación de partidos de todo el espectro político), la democracia tiene su base en los comicios. Este año la pegada de carteles, la propaganda electoral y los mítines tendrán lugar entre luces de Navidad, compras y comidas de empresa, espacios en los que, a buen seguro, saldrán las reiteradas preguntas: ¿Vas a votar? ¿A qué partido? O el tan consabido e insoportable comentario: «Los políticos son todos iguales», cuando en el fondo saben que no es cierto. Pero lo que más me fastidia es el «Yo soy apolítico», como si vivieran en búnkeres y nos les incumbieran las decisiones que unos toman y que afectan a nuestra vida en comunidad.

El funcionamiento de la democracia nos atañe a toda la ciudadanía y se sustenta en la participación política y el principio mayoritario, respetando siempre a las minorías, y en la separación de poderes, cuya autoría se atribuye al ilustrado Montesquieu. Sin embargo, no siempre el fácil y breve mecanismo de votar es expresión de una cultura democrática, que debe nacer, en mi opinión, del reconocimiento de la otra persona, respetando sus derechos y su diversidad. ¿Se imaginan que se pudiera votar, en un plebiscito, para decidir la expulsión de inmigrantes, la supresión del matrimonio igualitario o la prohibición de la interrupción voluntaria del embarazo? Se trata este de un ejercicio de falsa democracia, que rompe la igualdad de oportunidades y los principios de tolerancia y de no discriminación; algo inaceptable. La ola global ultraconservadora nos puede poner ante escenarios parecidos y hay que estar preparados para frenar acciones de esta índole.

Hace unos días vi en la Filmoteca de Extremadura una película de 2025, titulada ‘Votemos’, dirigida por el extremeño Santiago Requejo, que nos expone cómo en una comunidad de vecinos el egoísmo y el individualismo, junto a una falta de empatía, atacan cualquier atisbo de convivencia. Las manos alzadas de los presentes en la reunión, que acaban de aprobar la derrama para colocar un nuevo ascensor en el edificio, dan paso a un conflicto ante la noticia de que un nuevo inquilino con problemas de salud mental va a alquilar el piso de uno de los propietarios, detonante que hace saltar todo por los aires. Nos sorprende contemplar ese microcosmos particular que se crea en ese inmueble y cómo se desencadenan situaciones donde se puede plantear algo democráticamente que vulnera los derechos fundamentales. Los prejuicios contra personas que padecen un trastorno mental, llenos de hipocresía, nos recuerdan que esos prejuicios tienen que ver con el miedo, con un vecindario que da rienda suelta a sus instintos, a la violencia y a la pérdida del sentido común y la racionalidad.

Por lo tanto, votar siempre es trascendental pero depende de en qué términos y cómo se plantee la consulta. Ante sociedades cada vez más diversas, aceptar a los demás tal y como son es clave, practicando una tolerancia crítica. El domingo 21 de diciembre, en Extremadura, votemos con cabeza, mirando siempre por los intereses generales de una tierra como la nuestra, tan maltratada históricamente, y con retos tan acuciantes como, entre otros, combatir la pobreza y la desigualdad y apostar por la mejora de los servicios públicos y un nuevo modelo de desarrollo económico más sostenible y justo.

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