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la atalaya

Cruzadas (V)

Desde la escabechina de la conquista de Jerusalén (1099) hasta las Tercera Cruzada (1187-1191) se fraguó un rico intercambio de ideas y de conocimientos entre los naturales y los invasores. Al parecer, por los comentarios que recibo, que cuente esto irrita a algunos lectores. Pero inventar, en esta columna de opinión, no se inventa nada. Aquí falta fantasía. Ya me gustaría a mí tener capacidad de fabular. Más bien creo que hay quien se niega a reconocer nada positivo en la civilización islámica. Una pena. Pues bien, después de tanto escribir alguien se preguntará: ¿qué tiene que ver este rollo con Badajoz? En eso estoy. Intentando explicárselo.

Algunas cosas parecen haber llegado antes a Occidente, pero donde primero se notaron las novedades fue en el campo de lo militar. Y precisamente a partir de esa IIIª Cruzada. Esa, en la que participaron tres monarcas. El más conocido de todos, por las novelas y porque se le ha representado en el cine de todos los modos posibles, fue Ricardo Corazón de León. Personaje algo atrabiliario, gran guerrero y pésimo monarca. Un poco alocado. Desembarcó en las playas cercanas a la ciudad de San Juan de Acre (1191), en la costa palestina, con la intención de reconquistarla de manos de Salah al-Din al-Ayyub, un curdo con mucha inteligencia y tesón -aunque a alguien le parezca mal, entre los musulmanes también hay gente tesonera--, capaz de crear un reino extendido por gran parte del hoy llamado Oriente Medio, desde el sur de Anatolia al mar Rojo, comprendido Egipto, y más allá del Eúfrates. En el asedio de Acre, después de la llegada de Felipe II de Francia, más tempranero que Ricardo, comenzaron a emplearse en un lado y otro de la línea de combate unas máquinas de asedio nuevas. O, por expresarlo mejor, no mencionadas antes en los textos. Una de ellas es el famoso trabuco -no trabuquete--. Era un aparato enorme con un largo brazo de palanca capaz de lanzar proyectiles de 300 kilos a 400 metros de distancia. Era un auténtico monstruo para la época. Podía reventar lienzos y torres de los recintos enemigos con un solo impacto de sus proyectiles. Parece que fueron los árabes quienes primero lo emplearon. No está claro. Pero rapidamente fue copiado.

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