Cotidianidades

La biblioteca de Badajoz, Dimas el gallego y Lolo Unión

El domingo iba hacer deporte en la Granadilla pero cambié de planes, y después de desayunar en un bar del que hablaré otro día, fui a la biblioteca en chándal

Dimas, gallego, funcionario de la Biblioteca del Estado en Badajoz.

Dimas, gallego, funcionario de la Biblioteca del Estado en Badajoz. / DAM

Diego Algaba Mansilla

Diego Algaba Mansilla

Era domingo, el sol empezaba a asomar por la ciudad para hacer su presentación, para advertirnos de que pronto vendrá con toda su firmeza a castigarnos otro verano más. Estamos en mayo y comienza a dar señales de vida, a mostrar de forma chulesca sus músculos esculpidos por el buen hacer de su entrenador personal, «el cambio climático». Luego siempre vendrán algunos diciendo: «Estamos en verano y hace el mismo calor que los veranos de antes», afirmándolo una y otra vez, haciéndose los duros, a pesar de que en todos los periódicos digan que las temperaturas superan la del año anterior. Cada verano aguanto menos el calor y a los que lo niegan. Así que el domingo que iba hacer deporte en la Granadilla cambié de planes, y después de desayunar en un bar del que hablaré otro día, fui a la biblioteca en chándal. 

Es domingo como he escrito antes, hay estudiantes en la puerta de la biblioteca descansando del estudio. Uno tiene un cigarro en la mano, me entran ganas de reñirle, pero no quiero meterme en berenjenales. Según se entra, a la derecha, en la zona de los periódicos, hay personas mayores, jubilados que van todos los días a leer la prensa. Veo, también en chándal como yo, a Manolo Unión. Lolo es uno de los mejores deportistas que ha dado la ciudad de Badajoz, aunque no haya sido tan destacado y nombrado como los futbolistas Abelardo o Eusebio, o los olímpicos Nuria Cabanillas y Juancho Pérez, los dos tienen pabellones deportivos con su nombre. A la Granadilla todavía no le han puesto el nombre de Lolo como muchos reclaman. 

Lolo me llevó un día a mi trabajo una de sus medallas. Ha conseguido tantas en su trayectoria deportiva que las regala, no le caben en casa. De cada campeonato en el que compite, se trae cinco o seis. En el último, a sus 81 años, consiguió 8. Le digo que las medallas hay que ganarlas, las regaladas no valen, a pesar de eso conservo la suya con orgullo, es la medalla de uno de los mejores deportistas pacenses, entendiendo el deporte como un ejercicio noble. Lolo no solo práctica deporte, también entrena, enseña su sabiduría a otros que están empezando, incluso a los que se van a examinar de oposiciones y les exigen pruebas físicas. 

A Lolo lo conozco desde que era el preparador físico del equipo de baloncesto de Badajoz. Los veía los veranos en el embarcadero, cuando íbamos al Guadiana a bañarnos y a jugar al fútbol. De vez en cuando aparecían por allí trotando los del baloncesto dirigidos por Lolo. Era raro ver a tíos tan grandes corriendo con esas zancadas largas y lentas que temblaba el suelo, dejaban huella como si fueran dinosaurios del Pleistoceno. Se paraban y hacían unos ejercicios desconocidos para nosotros. Terminaban la tabla de gimnasia e igual que habían llegado se iban río abajo, sin decir nada, con su trote pesado descoordinado y aburrido de zapatillas del cuarenta y tantos largo. Eran unos tiarrones lustrosos, bien alimentados, a los que luego por la noche las muchachas en la puerta de los Pubs les hacían más casos que a nosotros, los tirillas del fútbol. 

A Lolo lo veo cuando voy a la Granadilla, en la biblioteca y en casi todos los actos culturales de la ciudad. Seguro que en la feria del libro, a la que yo este año he ido poco, habrá asistido a la mayoría de conferencias. Es habitual verlo en chándal. Se mueve por la ciudad en bicicleta. Lolo fue profesor, su primer destino lo tuvo en Albuquerque donde colaboró en la revista Azagala. Podría escribir mucho sobre él, pero hoy lo dejo leyendo los periódicos y sigo andando por la biblioteca. 

Laberinto de estanterías de libros en la Biblioteca de Badajoz.

Laberinto de estanterías de libros en la Biblioteca de Badajoz. / DAM

Dimas, Bea, Beatriz y Adolfo

Detrás del mostrador principal y de las mamparas de metacrilato que trajo el Covid y se han quedado para siempre están: Dimas, Bea y Beatriz. También Adolfo que es el de Seguridad con el que he coincidido alguna vez en el gimnasio. Beatriz es de Badajoz, Bea de Montánchez y Dimas gallego. Me llama la atención la cantidad de gallegos que trabajan en Extremadura como funcionarios, una profesión donde es necesario aprobar una oposición. Tengo la teoría de que aquí, con este calor, es más difícil estudiar que en lugares donde las temperaturas son suaves. El sol amodorra y te empujan a la calle. El frío y la lluvia invitan al recogimiento necesario para el estudio. 

Dimas es de un pueblo minero de unos 15.OOO habitantes, As Ponte, donde sus padres fueron maestros. Él estudió informática en La Coruña, lo contrataron de informático en una biblioteca de Ourense, en lugar de informático trabajó como auxiliar de biblioteca. Le gustó tanto que dejó la informática y empezó a opositar. Se presentó en varias comunidades sacando plaza en Badajoz donde lleva más de diez años. Dice que mientras más conoce Extremadura más le gusta y que de aquí no se va hasta que se jubile. Dimas es un gallego con acento gallego, simpático, parlanchín, con pinta de buena persona. Siempre le pregunto cosas de Galicia, le digo que como siga el calor voy a pedir el traslado a su tierra. Él está bien aquí, el calor no le molesta. Trabaja los fines de semana, así que de vez en cuando aprovecha, como dice él, para subir a ver a sus padres. Habla con ese tono sosegado, entre español y portugués, habla con la musicalidad y la pausa que tienen los gallegos, un acento que no pierde. Fonéticamente está más en el amiguiño que en el chacho, gastronómicamente en la caldereta que en la mariscada. 

Subo a la primera planta, la biblioteca está hasta arriba de estudiantes, no hay ni una mesa libre. Entran ganas de matricularse en algo. Cuando me voy me despido de Dimas, Bea me mira con ojos tímidos, Beatriz me dice hasta luego, el de seguridad mueve la cabeza.