Cotidianidades

Badajoz, gente corriente

Salgo de casa para ir a trabajar como hago todos los días, todas las semanas, como todos los años desde hace más de 30

Avenida de Damián Téllez Lafuente en Badajoz.

Avenida de Damián Téllez Lafuente en Badajoz. / DAM

Diego Algaba Mansilla

Diego Algaba Mansilla

Salgo de casa para ir a trabajar como hago todos los días, todas las semanas, como todos los años desde hace más de 30. Hoy puede que sea martes, son las 7,20 de la mañana, bajo en el ascensor aunque habitualmente prefiero hacerlo por las escaleras, hoy no quiero activarme tan pronto. La señora de la limpieza está en el cuarto del agua llenando el cubo. Le doy los buenos días. Las escaleras están mojadas, le digo que huele muy bien, me dice que ha cambiado el friegasuelos. Sonríe, sonrío. (Mi primera conversación de la mañana). Salgo a la calle, siento la brisa matinal en mi cara como una caricia, como un anuncio de colonia de baño. Empiezo a encontrarme con los mismos de siempre, con los de todos los días. Una señora de unos cuarenta años, latinoamericana, con ropa cómoda, espera en la parada del autobús, probablemente irá a cuidar de algún niño mientras sus padres trabajan, o de algún anciano impedido. 

Sigo andando. Las tiendas están cerradas, los bares abiertos, el semáforo en rojo. Coincidimos los mismos desde hace años, hay uno que fuma, me alejo de él, pero me ponga donde me ponga el humo siempre va donde yo estoy. Si en condiciones normales me molesta el tabaco, por la mañana temprano me repugna, me provoca ganas de vomitar. Solemos estar siempre los mismos en este lado y en el otro del semáforo, pero hoy hay una cara nueva, una joven de unos 30 años. Habrá empezado a trabajar, estará haciendo una sustitución, aunque ahora no sustituyen, el que se queda en el tajo tiene que hacer el trabajo de dos.

El cartero que está a mi lado en el semáforo lleva pantalones cortos, tendrá que repartir a pie tirando de la mochila amarilla. Cambia el semáforo a verde, nos ponemos en movimiento todos a la vez, unos avanzan más deprisa, otros más lentos. El cartero siempre sale el primero, se nota que está acostumbrado a andar rápido. Entro en la avenida de Damián Téllez Lafuente. Llevo años cruzándome con una trabajadora que va en bicicleta. Yo también iba antes en bicicleta, quizás este verano vuelva a retomarla. Ir en bici es beneficioso para el ciclista y para la empresa, llegas al trabajo a tope y no tienes que arrancar poco a poco, empiezas a las ocho como si fueran las once de la mañana. Es como una ducha de agua fría recién levantado. 

El barrendero

Le doy los buenos días al barrendero, me contesta buenos días. Es el único con el que me saludo. Lo conozco desde la pandemia. Cuando por la calle íbamos muy pocos, él y yo nos cruzábamos cada mañana, nos mirábamos con los ojos bailando encima de la mascarilla, atemorizados por si aparecía el bicho invisible en cualquier rincón o se escapaba en un estornudo o de un roce de manos. Éramos dos trabajadores esenciales asustados y como el miedo hace cómplices y une, ahora nos saludamos todas las mañanas. Vero está abriendo la tienda que tiene junto al Carrefour Exprés, luego a la vuelta, si tiene abierto, entraré a saludarla y comprar el pan. Un día quiero escribir sobre ella, es una mujer trabajadora y luchadora. Llego hasta la cafetería Roma. 

La cafetería Roma siempre me recuerda el poema de Cavafis ‘El viejo’. Me adelanta un matrimonio en ropa deportiva, llevan la respiración jadeante. caminan rápido, van haciendo ejercicio. Tienen aspecto de jubilados, más bien de recién jubilados, que son esos que han dejado de trabajar hace poco y les falta tiempo para hacer todas las actividades a las que se han apuntado. Pienso en mi jubilación. ¿Cómo seré cuando me jubile? ¿Cuando se acabe esta rutina de casi 40 años? ¿Seguiré escribiendo esta columna? Si es así tendré más calma, no estaré tan apretado de tiempo, no correré tanto. De momento, sigo.

Paso por el Forn de Campos. Desde hace unos meses me cruzo con una pareja que tienen que estar próximos a los 60, siempre van agarrados de la mano. A la vuelta, al finalizar el trabajo, también me cruzo con ellos y siguen agarrados de la mano, será una pareja de reciente creación. No sé donde trabajarán con los que me cruzo cada mañana, personas que cobran entre 1.000 y 2.000 euros, funcionarios con oposiciones y horario de 8 a 15, a los que les tenga sin cuidado las rencillas políticas, las peleas de presidentes. Trabajadores que aunque hayan recibido en el buzón la notificación de la mesa donde tienen que votar en las Europeas lo único que quieren es vivir su vida y que les dejen en paz. 

Parque de la Victoria, frente a la Estación de Autobuses.

Parque de la Victoria, frente a la Estación de Autobuses. / DAM

Parque de la Victoria

Paso por el parque de la Victoria, frente a la estación de autobuses. Hay personas que han sacado al perro. De un banco se levanta un hombre que estaba acostado, tiene los pelos alborotados y la cara desencajada. Parece que quiere hablarle al perro, no voy a decir a quién me recuerda que está la cosa mala con Argentina. De otro banco se levanta otro que se parece a ‘Dinamita Montilla’. Sigo, subo la cuesta de la calle del Viento. La acera cada vez está más inclinada, sube y sube como el bolero de Ravel. Han construido pisos, también un parque o lo que sea eso, con árboles que no dan sombra y un suelo de baldosas blancas que cuando regresó a las 3 de la tarde en verano, con más de 40 grados, parece más una instalación de placas solares que un lugar de relajación y descanso. 

Estoy llegando. Lo primero que me encuentro es la iglesia del Espíritu Santo, compartiendo pared con el Centro de Salud. En un mismo espacio se puede sanar cuerpo y alma. En la puerta me encuentro con Susana, una de las personas que vive en el campo de la Federación. 

Llego al Centro de Salud de Valdepasillas que ahora se llama Cerro del Viento (que lío). Empieza la jornada laboral. Doy por concluido este texto. En un chasquido de dedos paso de columnista a funcionario.