Opinión | disidencias

Regreso

Los veranos ya duran la mitad de la mitad, se eternizan las crisis de ansiedad por septiembres negros con cuestas más empinadas que las de enero

La vuelta al cole es como el regreso de los muertos vivientes o al planeta de los simios o dar una vuelta de tuerca imposible al tiempo que ya no se detiene como antaño. Es quedar atrapado entre Luis de Oteyza («Por la estepa solitaria, cual fantasmas vagarosos/ abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos,/ se encaminan lentamente los vencidos a su hogar,/ y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea,/ a la luz opalescente que los cielos alborea,/ van el paso retardando, temerosos de llegar») y León Felipe cantado por Serrat: «Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar…/Y ahora ociosa y abollada/ va en el rucio la armadura,/ y va ocioso el caballero,/ sin peto y sin espaldar./(…)Va cargado de amargura,/ que allá ‘quedó su ventura’/ en la playa de Barcino, frente al mar./Y cuántas veces te grito:/ hazme un sitio en tu montura/ y llévame a tu lugar;/ hazme un sitio en tu montura/ caballero derrotado;/ hazme un sitio en tu montura/ que yo también voy cargado/ de amargura/ y no puedo batallar».

Los veranos ya duran la mitad de la mitad, se eternizan las crisis de ansiedad por septiembres negros con cuestas más empinadas que las de enero y aborrecemos más que nunca los discursos impostados, los bolsillos llenos a costa de los que se van quedando vacíos, el estercolero de las imágenes retocadas y la sonrisa equina de los que creen haber vencido habiéndose hecho prisioneros. El deslumbramiento del verano ha mutado en agujero negro y no hay salida para los que pierden la fe en el sistema. 

En un verano atroz, en una España de banderas, en una Badajoz cansada de luchar contra gigantes y molinos de viento, no hay lugar para la esperanza ni para el sentido común. Solo se sientan a esta mesa los que creen en el valor de un tuit, en los prodigios de una imagen retocada y falsamente feliz, los que se acostumbraron a la moqueta, los que cavan trincheras, los que sonríen a la fuerza para forzar nuestras sonrisas. Ha sido el verano del destructor de mundos, de la Barbie queriendo cambiar la historia, de los infelices ahogándose en la miseria, de los miserables redactando los titulares en las portadas, de los poetas cariacontecidos en sus cuevas y de las noticias desviándonos siempre hacia el circo donde los gladiadores se despedazan, los leones multiplican sus dentelladas y el público aplaude con las orejas. La contundente transparencia de Albert Camus, que decía que el éxito es fácil de obtener y lo difícil es merecerlo, nos abre una puerta en este decrépito paraje de todólogos, changabailes, rufianes, boquimuelles, cansalmas y cierrabares: «La única manera de lidiar con este mundo sin libertad es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión».