Opinión | la atalaya
Almunias (III)
Creo que es sabido por todo aquel con una mínima formación histórica: los reyes de taifas eran unos impostores, al menos los primeros, entre 1010 y 1020. Al hundirse, por sus pecados, el califato de Córdoba, una parte de los funcionarios -de carrera o sangre- que ejercían la autoridad en nombre del Príncipe de los Creyentes se convirtieron, sin comerlo ni beberlo, en dueños de sus plazas de gobierno y, en bastantes casos, de los enormes alfoces dependientes. Las circunscripciones más extensas fueron las llamadas “marcas”, es decir, las fronterizas con estatuto militar. Las tres principales: la Superior (Zaragoza), la Media (Medinaceli), la Inferior (Badajoz). A partir de ahí se inició un proceso de absorción de los principados más pequeños por los más grandes, con excepciones, y, en lo político, de consolidación de las dinastías creadas por aquellos soberanos de lance. De hecho, quienes acabaron por apoderarse del poder fueron las familias con arraigo territorial o, en su ausencia, los llamados por los notables. Se escudaban en el hipócrita razonamiento de esperar la llegada de un califa legítimo, reunificador de al-Andalus. Nunca ocurrió. El problema jurídico radicaba en la imposibilidad de ostentar semejante dignidad si no se pertenecía a la tribu de Quraysh. Y, por supuesto, nadie cumplía la condición.
Batalyaws fue un caso especial, porque el primer monarca, Sabur al-Amirí, era un funcionario sin raíces regionales -eso siempre ha estado muy mal visto aquí; aunque no se diga- y, cuando intentó mantener a sus descendientes en la soberanía del reino, se encontró con el freno de la oligarquía local. Bastante habían soportado ya a los gobernantes extraños, desde la conquista de la plaza por Abd al-Rahman III (930) y la eliminación de los descendientes de Abd al-Rahman b. Marwan. En ese momento se hicieron con la “autoridad provisional” los famosos aftasíes. Qué hubiera sido de la hostelería de nuestra ciudad sin ellos; nos habríamos quedado sin nombres para los establecimientos comerciales. En ese momento puede hablarse del dominio de una familia local, que consiguió, mal que bien, mantenerse en el poder hasta 1094. Luego ya, se construyeron la consabida almunia.
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