Opinión | la atalaya

Alicia

Resulta agobiante escribir, desde lo profesional y lo emocional, sobre una antigua compañera que nos ha dejado. Mantuvimos unas cordiales relaciones. En realidad quiero dedicarle este recuerdo porque era una grandísima especialista y porque el hecho de ser mujer y de defender esa condición le complicó mucho la vida en lo académico y en lo personal. Más bien se la amargó. Y, a pesar de todo, consiguió ser -sin exagerar- la mejor epigrafista latina de España y una extraordinaria y querida profesora. Se acabará reconociendo. Escribo de Alicia María Canto de Gregorio, que trabajó en la Universidad Autónoma de Madrid. No fue una mujer fácil, pero podía ser encantadora. Bastaba, aunque fuera delicado, que bajara la guardia. Era hispano-cubana, hija de un diplomático, embajador en China y destituido por la Revolución de Castro. Siempre mantuvo buenas relaciones con el nuevo régimen. Alicia fue alumna de José María Blázquez, el gran historiador del Mundo Clásico hispano. Con él se inició en la Epigrafía. Era muy analítica y detallista. Fuimos compañeros de despacho durante años, con buen entendimiento, pero sin concordancia ideológica. Se casó, tuvo tres hijas, pero el matrimonio fracasó y eso torció su trayectoria vital. Lo pasó mal, muy mal. Hubo de pelear muy duro. Una parte importante de la arqueología española se le puso en contra. No fue justo. Pero ella era mujer. Se enfurecía, a veces en exceso, a la menor y frecuente sospecha de menosprecio.

A Extremadura viajó con frecuencia. Fue, entre otros muchos trabajos científicos, la epigrafista en el estudio del dintel de los dos ríos, de Mérida; quien demostró que el actual Guadiana se llamó Ana, no Anas, -eso molestó mucho al integrismo local-. Y planteó, por primera vez, la hipótesis, ni mucho menos rebatida, de la fundación cesariana de Augusta Emerita, antes de la augustea. En definitiva, y a pesar de todo, llevó una vida profesional aperreada. Pero nunca dejó de trabajar y de aportar ideas originales. De ser hombre, otro gallo le hubiese cantado. No merece pasar a la historia de nuestra arqueología sin un recuerdo y un agradecimiento. A pesar de la mezquindad intelectual que la rodeó fue luchadora, hasta el final. Ahora ya descansa.