Opinión | LA ATALAYA

El Duque (VIII)

Las descripciones literarias de Magalotti y otros miembros de la comitiva del duque de Toscana concuerdan muy bien con la imagen pintada por Pier María Baldi, aunque, por sus características y naturaleza, ésta aporte mucha más información sobre la morfología externa del Badajoz de finales del siglo XVII. En definitiva, es la más fiel representación de la plaza que nos ha llegado, desde sus orígenes hasta prácticamente el siglo XIX. Ya lo señalé en una columna anterior: la mayor parte de las estampas posteriores a la Guerra de la Independencia, debidas en general a extranjeros -visitantes o no-, están teñidas de un tono romántico y pintoresquista, que disminuye, si no inutiliza, su valor documental. Puestos, claro está, a buscárselo. Baldi, puede afirmarse con razón, fue un hiperrealista. Forzó la perspectiva para que se vieran -o adivinaran- edificios erigidos a una cota oculta para quien llegase por el camino de San Roque o, si prefieren, desde la carretera de Sevilla. Sorprende la continuidad del perfil urbano. Salvo alguna excepción constructiva, que desdichadamente la hubo, hasta que se edifique la colonia especulativa de El Campillo, casi nada ha alterado en altura la topografía de todo el sector sudoeste del Casco Antiguo.

Es el único testimonio gráfico donde se constatan todos los recintos amurallados de Badajoz, desde el árabe de la Alcazaba, al abaluartado, que, al decir del secretario ducal, se hallaba a medio completar, pasando por una gran ampliación bajomedieval. Se entrevé, no con tanta claridad como quisiéramos, la presencia de una muralla anterior. O, más bien, la alineación del caserío contra ella, habida cuenta de su disposición. A mi modo de ver, aceptando discrepancias fundadas, se trataría de parte de la fortificación árabe de la medina o, lo que es lo mismo, de la cerca urbana reformada por el califato almohade. Es difícil defenderlo, sin pruebas arqueológicas tangibles, pero estoy convencido de la realidad de, al menos, dos ampliaciones de la muralla del siglo IX. Alguna percepción de la última queda en la acuarela del pintor italiano. Compruébenlo en el mural de azulejo de la calle Francisco Pizarro, en la esquina de la plaza de la Soledad.

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