Opinión | Cuaderno de viaje

El regreso

Es en la vuelta cuando te das cuenta de lo lejos que has llegado. Volver. Al frío. Pero al frío de casa

Es en la vuelta cuando te das cuenta de lo lejos que has llegado. Volver. Al frío. Pero al frío de casa. Queda atravesar Georgia, las Carolinas, Virginia, Pensilvania, Maryland… Los árboles calvos avanzan más rápido ahora tras la ventanilla del coche. Las lianas de musgo recuerdan a las películas de miedo o a las de amores tórridos con una Elizabeth Taylor tan excesiva como esta tierra. Los nombres de los pueblos y pequeñas ciudades suenan a una historia que seduce para hacerte parar, pero son tantos que en el mapa voy dejando promesas. Hitos para volver. Más despacio, en otoño o primavera, sin más rumbo que el que marca el deseo de deambular y aprender.

La primera noche llega exhausta, sin saber como, amaneces junto a un lago. En un tronco caído se posa un pelícano. Surca el cielo casi a ras de agua y se aleja hacia el bosque. A unos metros de la orilla, un letrero advierte de la presencia de aligator. Y el dibujo de un caimán con un danger en rojo te hace preguntarte ¿qué haces Perera, tan lejos de tu Guadiana? Amores domésticos, cercanos, que dan calorcito solo con el recuerdo. El camino está cuajado de otros carteles. Apenas hay tiempo entre el tráfico para fotografiar a un Dios enorme que se expande para ser visto desde cualquier carril, a un Dios que todo lo ve, justiciero y castigador, avergonzado del mal del mundo. Un Dios que no se parece al mío. Hay una pintada en la autopista de Badajoz que dice : “Sonríe, Dios te ama”. Y yo, siempre sonrío. Este se codea con anuncios de armas y cacahuetes, con estaciones de servicio que publicitan tener el mejor precio en el galón de carburante, muchísimo más bajo que en nuestro país, junto a un dos por uno en la compra de municiones.

Hay una pintada en la autopista de Badajoz que dice : “Sonríe, Dios te ama”. Y yo, siempre sonrío

Un pueblo, para detenerse ante tanta lluvia, sin más gracia que las escenas que nos evocan de nuevo al cine: los semáforos parpadean y se balancean, suspendidos bajo el cielo gris plomizo, esperando que David Linch grite "corten". En la calle principal las tiendas de víveres, el bar, la ferretería…, parecen decorados. Como si detrás de la fachada recortada no hubiera más que contrafuertes de madera que las sostuvieran para el rodaje. En las afueras, el centro comercial y un lugar para desayunar. La chimenea es grande y está encendida. Un hombre mastica con parsimonia. Viste un peto vaquero, una camisa de cuadros rojos de franela y unos ojos cansados. Una ilustración de Norman Rockwell. La camarera nos da la bienvenida y nos acomoda frente al fuego. Comenta algo sobre el invierno, asegurándonos un café bueno y caliente. A cada poco se rellenan las tazas y la conversación, sobre los viajes y los viajeros, sobre la psicología que es necesaria para servir, y lo poético, pienso yo, de esta mujer, entrada en años y carnes, que se acerca a la ventana con la jarra de café, en silencio, como si esperara a alguien hace mucho, mucho tiempo. Los huevos y el bacon hacen el resto. Todo parece encajar de nuevo, y reemprendemos el camino, con su sonrisa y un “buen viaje, tengan cuidado”. Al salir, vuelvo la vista atrás y ella tambien, ensimismada, junto a la misma ventana.