Opinión | Parece una tontería

Cuchillo

Rushdie sobrevivió a la amenaza de muerte, siguió escribiendo, y cuando las autoridades iranís retiraron la fetua y el novelista empezó a salir de la clandestinidad y a llevar una vida un poco más normalizada, entonces sufrió el ataque de Chautauqua

En el día de San Valentín de 1989, treinta y tres años antes de que un joven se abalanzase sobre Salman Rushdie en un anfiteatro de la ciudad de Chautauqua (Nueva York) y casi lo asesinase con un cuchillo, el escritor inglés de origen indio recibió una llamada en su casa adosada de Londres. Era una periodista de la BBC que sin preámbulos le preguntó: «¿Qué siente uno al saber que el ayatolá Jomeini lo ha condenado a muerte?» Rushdie no supo bien qué responder, así que dijo «Uno no se siente bien». 

Este modo de restar dramatismo, recurriendo al humor, era una marca de la casa. De hecho, cuando concedió la primera entrevista después de recibir las quince puñaladas, volvió a exhibir el tono de siempre. David Remnick, director de The New Yorker, le preguntó cómo se encontraba de ánimo, a lo que el novelista respondió «Bueno, ya sabes, he estado mejor. Pero, considerando lo que pasó, no estoy tan mal». Lo que pasó es que había perdido la visión de un ojo, cierta movilidad en músculos de la cara, y parte de la sensibilidad de una mano, además de sufrir trastorno por estrés postraumático. 

Bajo la respuesta a la periodista de la BBC, lo que Rushdie pensó realmente fue «Soy hombre muerto». Así lo confesaría años después en sus memorias, tituladas Joseph Anton, el alias que la policía le pidió que se buscase para que los agentes pudiesen llamarlo durante los años de clandestinidad que iban a venir. Rushdie se cuestionó, al finalizar la entrevista, cuantos días de vida le quedaban y concluyó que «la repuesta era probablemente un número de una sola cifra». Apenas colgó el teléfono, corrió escaleras abajo desde el cuarto de trabajo y cerró y atrancó las ventanas del salón, que tenían postigos, y echó el cerrojo de la puerta de entrada, como en el cuento de los tres cerditos. 

Poco después, llegó a casa un coche de la CBS, con la que tenía una cita en directo en la sede londinenses de la cadena norteamericana. Camino del estudio, alguien le entregó una copia del edicto del Ayatolá: «Comunico al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro Los versos satánicos –libro contra el islam, el Profeta y el Corán– y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contendido están condenados a muerte. Pido a todos los musulmanes que los ejecuten allí donde los encuentran». Ya en el aire, cuando quisieron conocer su reacción a la fetua, contestó: «Lamento no haber escrito un libro más crítico».

Ese día comenzó una de las batallas más colosales de nuestro tiempo por la libertad de expresión, que tuvo un precio altísimo para el escritor. Sobrevivió a la amenaza de muerte, siguió escribiendo, y cuando las autoridades iraníes retiraron la fetua, y el novelista empezó a salir de la clandestinidad y a llevar una vida un poco más normalizada, entonces sufrió el ataque de Chautauaqua, cuya experiencia Rushdie plasma en Cuchillo, un libro extraordinario donde muestra que una persona puede ser destruida, como escribió Hemingway en El viejo y el mar, pero no derrotada.