Opinión | Cuaderno de viajes

Nyc

Hay que vestirse a capas, llevar un gran bolso donde quepan después los guantes, la bufanda, el gorro de lana, el polar, el abrigo de plumas 

Aún quedaban dos semanas en la ciudad antes de regresar a España. El frío seguía siendo feroz. Y las noticias asustaban a las caperucitas de Manhattan para que se quedaran en casa. La nieve se veía hermosa desde la ventana. Central Park ha sido un amor tardío en mi vida. Y siempre que lo miro o lo recorro me siento afortunada. La calefacción en los museos o los restaurantes es asfixiante, sin embargo. Hay, entonces, que vestirse a capas, llevar un gran bolso donde quepan después los guantes, la bufanda, el gorro de lana, el polar, el abrigo de plumas y las botas de L.L. Bean…, para quedarse en camisa y calzarse unas ligeras bailarinas. 

El sábado me sabe a Brooklyn. A su mercadillo, en invierno a cubierto, y a lo curioso que me sigue pareciendo ver las familias judías, ese aire de fiesta seria, de niños serios, de mujeres vestidas con recato y los hombres con sus sombreros negros, sus payot o tirabuzones y los hilos colgando del talit katan. Un día perfecto si has quedado para comer con Hilario y Jesús, la pareja hispanocubana más bruclinesa y lo rematas con una visita al museo y paseando por Prospect Park. 

Al domingo le pega Harlem, después de dar una vuelta por Columbus, comprar verdura o flores en los puestos tras el museo de ciencias naturales. Las mujeres endomingadas, soberbias, maquilladas, con turbantes y bisutería que suena al pasar, exuberantes, rotundas. Se las ve en familia, con la abuela, la madre, las hermanas, después de acudir al servicio religioso. Los hombres con sus trajes de rayas, sus sombreros de ala corta, su abrigo sobre los hombros y su andar vacilón, como si bailaran. Para comer Maison Harlem es mi preferido. La carta está dentro de la funda de un vinilo, el que te toca en suerte. Una vez a nuestro amigo Sotiris le dieron el de Zorba el Griego. Nunca supimos si le vieron la pinta o fue fruto del azar. También está el divertido Red Rooster, donde uno puede escuchar gospel en directo mientras toma el brunch si no te has levantado a tiempo para llegar a misa o Sylvia’s que sigue en pie desde los años sesenta, como uno de los diez mejores dinner de Nueva York. Mejor vuelvan caminando, van a tardar horas en hacer la digestión. Ya les cuento la semana próxima.

*Rosalía Perera es abogada