Opinión | Cuaderno de viajes

Apenas queda una semana

Miré a ambos lados y me hundí aún más en mi abrigo, sintiendo que era a mí a quien realmente estaban siguiendo los pasos

Aunque eche de menos el calorcito de hogar, el que se acerque el regreso da vértigo y quieres llenar los días como si garabatearas incluso por los bordes un cuaderno en blanco. La semana de los restaurantes y del teatro acaba de empezar y eso ayuda a jugar. Buscar lugares nuevos y con esa excusa pasear por una calle que hacía tiempo que no pisabas o ni siquiera conocías. Probar platos o recordar alguno que en su día te puso los ojos en blanco. Quedar con amigos para que la salida sea aún más plena y volver a casa por la noche congelados, pero con el corazón contento como la canción de Marisol. Buscábamos en el Soho una librería, y eso ayudó a decidir dónde comer, hacer algunas compras o ver escaparates. Pan de verdad y minúsculos dulces para la merienda en Balthazar. Un coqueto restaurante en la calle Mercier. Una librería, papelerías, bolsos y zapatos con cola de asiáticas en la puerta, cosméticos que parecen golosinas, tienditas de loza sobrantes de hoteles que cerraron, muchas boutiques con ropa de diseño que muestran su ropa en locales que antes eran almacenes y fábricas. Al día siguiente elegimos ir a un musical en Broadway. Apenas da tiempo antes para un brunch sureño en 'Jacob’s pickles” , en el 509 de Ámsterdam. Los fines de semana es imposible encontrar mesa, pero tempranito hay hueco. La okra con chiles bien merece el trayecto. Salir en Times Square es siempre apabullante. Era mediodía y lloviznaba. Hice una foto de la pantalla de la gran Torre donde se proyectan imágenes. Apenas un fogonazo, el instante en que un fotógrafo con su objetivo parecía querer “cazarnos”.

Mientras esperaba en la entrada del teatro, contesté unos mails y puse mi foto para que mis amigos pudieran seguir mis pasos. Como si caminaran conmigo. Al poco recibí un mensaje del administrador de la página de Times Square : Me ha gustado tu publicación, ¿podría por favor compartirla? Miré a ambos lados y me hundí aún más en mi abrigo, sintiendo que era a mí a quien realmente estaban siguiendo los pasos. Sweeney Tood es un clásico de Stephen Sondheim, alguien a quien adoramos en casa. Y es de las ocasiones en que más lamentas no poder comprender todas las sutilezas y dobles sentidos de un idioma que no es el tuyo. La traducción solo se aproxima a la inteligencia, al humor, poético en ocasiones, de Sondheim. La música y la puesta en escena, pese a lo escabroso del argumento, es tan maravillosa, que el público se queda un rato en silencio después de aplaudir y aplaudir, le cuesta levantarse de su butaca, pero lo hace sonriendo. Un té caliente a la salida, un paseo abrazando el vaso, que aún humea, para ver, en Bryant Park, a los patinadores sobre hielo. Se oían las cuchillas rascar la pista y levantar esquirlas, y las faldas de las chicas haciendo piruetas, mientras caía la noche y se encendía Nueva York. No fui valiente, solo una espectadora feliz y muerta de frío, que vuelve a casa reconfortada, satisfecha, como si la belleza la alimentara.