Opinión | Cuaderno de viajes

See you later

Despedirse de NY, del parque, desde la ventanilla, de las calles que parecen un decorado y prometerles un «vuelvo pronto»

Sobre la alfombra del salón ya se amontonan paquetes. Botellas de bourbon de una antigua destilería del sur, y tarros de Sirope de Arce, elegidos y envueltos con cuidado para los cumpleaños de nuestros mejores amigos. Agendas y Calendarios con ilustraciones de las obras que cuelgan en el Metropolitan. Semillas de okra que sueñan con crecer en un huerto en Extremadura. Libros. Y las maletas en fila. Sabiendo que en unos días estarán otra vez en danza. Los viernes por la tarde es libre la entrada al MoMA, y decidimos dar un paseo. Aunque lo hayas visitado antes siempre es divertido volver. Empezar por la ultima planta y descender es una lección, no solo de arte, si no de historia. Llueve y hace frío por eso el museo esta lleno. Muchos bebes en sus carritos y niños que escuchan a sus padres sobre el color, el pop, Picasso… A veces es difícil elegir entre mirar una pintura o mirar a quien la mira. Hago fotos a escondidas a los rostros concentrados, a las bocas abiertas, a las barbillas mesadas de intelectuales de verdad y también de mentirijillas, a las manos entrelazadas ante un Hopper o un Matisse compartiendo la emoción y la belleza. 

También a los que buscan ser mirados. Forman parte de la escenografía. Una joven afroamericana con la cara maquillada en blanco, como una mascara, se camufla en la pantalla que reproduce Tiempos modernos con un Chaplin engullido por los engranajes de una maquina. Una mujer anda con dificultad sobre tacones encarnados y, pese a este invierno polar, no lleva mas que su ropa interior bajo una americana de color rosa. Parece un nenúfar mas, recortando su perfil sobre los murales de Monet. Ante los cuadros mas famosos los móviles no dejan ver nada mas que la fugacidad del instante. Cliquean y se van para dar paso a otros igualmente avariciosos, de la imagen que no retienen, que ya vuela por los espacios sociales. La mañana siguiente desayunamos con una amiga en Katz’s, en el lower east side, temprano para evitar la sempiterna cola. Después, con la tripa llena y la foto de Meg Ryan y Billy Cristal, fuimos a comprar bagels a Russ & daughters, sin conseguir siquiera entrar, así que decidimos intentarlo en el Essex Market, el mercado mas histórico de la ciudad. Acabamos tomando un café humeante y algo de sol en Madison Square Park junto al flatiron, riéndonos con los perros en su recinto con puertas separadas para los pequeños y los grandes, con charquito para chapotear y lavar sus patas, con colinas de césped y sombra para el verano, con modelitos conjuntados con los dueños, que aguardan con sillitas cubiertas para llevarles a casa protegidos del relente. 

Una visita rápida al MET para ver la colección de piezas del periodo Cicládico. Se exponen por primera vez después del acuerdo que parece poner fin al conflicto (sobre lo que muchos han llamado expolio), que ha alcanzado Grecia, el museo y el coleccionista Stern. Y de paso admirar la maravillosa muestra sobre la historia de la moda, con Balenciaga, Chanel, Schiaparelli… De ahí nos encaminamos a Broawbay para asistir, después de años esperando, al musical de Hamilton, uno de los fundadores de los Estados Unidos. Mucho ruido y pocas nueces, léase tener la sensación de ser de otra época, distintos al público que aplaudía a rabiar una inesperada música de rap . Coger en Times Square un taxi, y respirar la noche, helada, arrebujada en el abrigo que casi sobrará al llegar a España, despedirse del parque, desde la ventanilla, de las calles que parecen un decorado, y prometerles un «vuelvo pronto», con el desasosiego en el estómago de echar de menos tu gente, tu casa y una vez estás allí, echar, también de menos, esta «música incesante», esta luz que no cesa, que te hace crecer y te mantiene despierta. Una esquizofrenia de afectos. Suspiro volviendo la vista atrás. Saboreando, conscientemente, la maravillosa sensación, el privilegio, de estar viva.