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Las huellas de la borrasca Irene en Badajoz: «Pensé que moría. Yo hoy he vuelto a nacer»

Rosa y Domingo tuvieron que ser evacuados de su vivienda de Tres Arroyos en la noche de ayer

Rosa, de espaldas, evalúa el estado de la parte de atrás de su parcela.

Rosa, de espaldas, evalúa el estado de la parte de atrás de su parcela. / S. GARCIA

Irene Rangel

Irene Rangel

Rosa y Domingo no dan crédito a lo que ven sus ojos. La mitad de su parcela se encuentra como siempre, como cualquier día de lluvia. La otra mitad está devastada. «Mi casita, el trabajo de una vida. Todo perdido», se lamenta la mujer.

La vivienda de este matrimonio hoy no tiene tejado. Salió volando alrededor de la una y media de la madrugada. Hay tejas y vigas de hierro por todo el jardín. La casa está completamente inundada, no queda nada en pie en el interior ni en el exterior. «De repente empezó a llover dentro de la casa. Intentamos mover la tele para que no se mojara y, cuando estábamos en ello, el suelo tembló. Mi marido me agarró muy fuerte y pensé que ahí nos quedábamos», relata Rosa entre lágrimas.

Tres Arroyos, destrozado tras el paso de la borrasca Irene por Badajoz

SANTI GARCÍA

La situación fue difícil para los dos pero especialmente para ella: es una superviviente de la riada de 1997. «Yo en aquel entonces vivía en casa de mi madre. Eso no se olvida». Anoche todos los recuerdos volvieron a su memoria.

A 20 metros de la casa, el matrimonio tiene una casa de aperos de cemento que ha quedado en perfecto estado. En un momento de la noche intentaron cruzar, pero al abrir la puerta se les vino encima un trozo de tejado. El jardín estaba lleno de árboles de otras parcelas, la piscina estaba destrozada y volaban sillas y trozos de chapa de otras viviendas. Tuvieron que llamar a los Bomberos. «Se portaron estupendamente. Nos dijeron que iban a tardar un poco porque estaban ayudando a un vecino que estaba unas casas más abajo. Luego vinieron a por nosotros, nos tuvieron que evacuar». Rosa rememora las palabras de los servicios de emergencias. «Con tranquilidad y mucho cuidado, vamos a cruzar». Cruzaron y pasaron el resto de la noche en la casa de aperos. «Como teníamos aquí placas solares hemos tenido luz esta noche. Ha sido una noche terrorífica», pero afirma que piensa seguir pasando las noches allí hasta que todo se arregle. «Tengo mucho miedo de irme y que me entren a robar lo poco que queda».

Con la luz de la mañana, Rosa y Domingo evalúan los daños. Siguen vestidos tal como estaban anoche y llevan botas de agua. «Yo que me acababa de jubilar para disfrutar tranquila de mi campito», dice. En la parcela hay encinas llegadas desde otros terrenos, animales muertos y muchos ripios. Han llamado a su hijo Rubén, al que no quisieron preocupar anoche, que está ayudando a la grúa a sacar los coches destrozados del terreno enfangado que es su finca.

«Sé que tengo que estar agradecida porque estamos vivos. He vuelto a nacer, pero es que miro a mi alrededor y... no me queda nada de tanto por lo que he trabajado».