Opinión | el embarcadero

Insoportable

Tras un diciembre negro, el comienzo del primer mes del año está siendo muy alarmante en cuanto al número de mujeres asesinadas a manos de sus maridos, compañeros o exparejas. Las cifras resultan insoportables –49mujeres a las que se les segó su vida en 2022– y en lo poco que llevamos de 2023 ya van en torno a cuatro. Ante esta barbarie, provocada por el machismo, son muchas las personas que nos preguntamos: ¿cómo acabamos con esta crueldad? Se pueden realizar diferentes análisis pero tal vez uno de los primeros debería fijarse en cómo cada día se impulsa una normalización de comportamientos machistas (no solo entre ciertos jóvenes), a través de la música, el cine, la pornografía, la política… y que llega a concretarse posteriormente en humillaciones, agresiones verbales, sexuales, físicas… Desde luego, lo único que no podemos permitir es no hacer nada, puesto que cuando no intervenimos –asistimos como meros espectadores– normalizamos, estamos mandando una especie de mensaje al agresor de que eso no está mal, se consiente. Además, creo que las campañas contra las violencias que sufren las mujeres han de poner más el foco no solo en el agresor sino también en quien consiente, promueve y extiende comentarios o comportamientos sexistas, humillaciones, chistes machistas… Ahí, considero, todos tenemos una responsabilidad, en poder señalar el machismo cuando lo vemos, denunciarlo y combatirlo. En el marco de una sociedad heteropatriarcal, como la nuestra, el trabajo con la prevención, la educación y la concienciación es la gran vacuna ante este mal. Numerosas pancartas nos lo recuerdan cada 25 de noviembre: «El machismo mata». No obstante, no debemos centrarnos exclusivamente en los asesinatos machistas, la punta del iceberg. No podemos perder el marco general de otras violencias que llevan a los crímenes: el control de la pareja, de tipo económico, en la forma de vestir, la violencia psicológica, las humillaciones, el aislamiento, los micromachismos, etc. Por tanto, el machismo y la violencia no tienen cabida y no solo se resuelve este problema con más seguridad para las víctimas, requiere una respuesta global y ambiciosa, de carácter estructural, una apuesta social que ponga a la educación en igualdad como eje fundamental. Porque, no lo olvidemos, luchar por la igualdad también es cosa de hombres ya que supone defender la libertad para que cada persona, hombre o mujer, pueda desarrollar todas sus capacidades sin estar limitada por estereotipos, prejuicios y mandatos sociales trasnochados e injustos. Todo un reto por delante.