Opinión | DISIDENCIAS

Cifras

Cuando escribo esta columna, el terremoto en Turquía y Siria se ha cobrado ya 24.200 vidas, en Ucrania se cuentan 7’9 millones de refugiados y la lista de agresores sexuales beneficiados por la tristemente famosa ley del sí es sí ha superado ya los 500, 42 de ellos excarcelados. A finales de enero pasado, el número de parados en España alcanzaba los 2.908.397 personas; en 2021, 4’8 millones de personas en España vivían en situación de pobreza severa y más de 13 millones se encontraban en la cuerda floja y al borde de la exclusión fiscal. Los datos a 30 de junio de 2022 indicaban que en España había 742.518 pacientes a los que se les había indicado una intervención quirúrgica y estaban en lista de espera. Cada día en España cierran 110 empresas ahogadas por la inflación y la caída de la demanda y, solo en enero de 2023, se han perdido 671 autónomos al día. Desde 2003, en España han sido asesinadas por violencia de género 1.190 mujeres, 49 de ellas en 2022 y, según la organización Caminando fronteras, en el primer semestre de 2022 hubo 978 migrantes fallecidos. De ellos, 938 muertos o desaparecidos en el mar y 40 en la valla de Melilla, 18 pateras desaparecieron con todos sus ocupantes y 118 mujeres y 40 niños perdieron su vida en el mar y el 88% siguen sin identificarse. Según la OCU, en 2022 los precios de los productos que conforman la cesta de la compra subieron aproximadamente un 15%, la mayor subida en 34 años. Podríamos seguir enumerando cifras, datos que matan el relato de una sociedad anestesiada, como ese grupo de adolescentes, volviéndose locas por hacerse una foto con la ministra Montero en la alfombra de la gala de los Goya, la misma alfombra por la que pasaron un siniestro personaje como Muguruza o directores de cine cuyas películas no ve nadie. Gramsci publicó en febrero de 1917 un texto titulado ‘La cittá futura’, donde nos invita a considerar los efectos devastadores de la indiferencia en la vida civil. «Es la materia bruta, señalaba, que se rebela contra la inteligencia y la estrangula». Por eso, «odio a los indiferentes. La indiferencia es apatía, parasitismo, es cobardía, no es vida». Hay que tomar partido, hay que protestar, hay que situarse en este tiempo de barreras y trincheras, combatir a quien pretende imponernos el pensamiento único, combatir a quienes desean socavar la historia, la dignidad y el futuro. Toda esa patulea de bobalicones que miran para otro lado, que lloriquean como inocentes cuando ya es tarde, que aplauden como si la cosa no fuera con ellos, que no se hacen preguntas, que vomitan el vertedero del que están hechos, que niegan sus desvaríos, que violentan la vida pública con su ejemplo de activistas de salón y eruditos a la violeta. Cuanto sucede, prosigue Gramsci, no es producto de la fatalidad, sino consecuencia de haber desatendido nuestras obligaciones como ciudadanos con sentido crítico, con capacidad de responder ante la injusticia y el relato de las emociones a la carta. Frente a ellos, gritamos, protestamos, acusamos y despreciamos su cine, sus libros y sus telediarios porque, como diría la madre de familia en la película Las uvas de la ira, de John Ford: «estamos vivos y seguimos caminando. No pueden acabar con nosotros ni aplastarnos, saldremos siempre adelante porque somos la gente».