Opinión | tribuna

Paco Portalo

Los amigos bastardos

El artista Toto Estirado en una imagen tomada en 1998.

El artista Toto Estirado en una imagen tomada en 1998. / Adolfo González-Paco Portalo

Soy uno de esos amigos de Toto Estirado a los que algunos consideran «amigos bastardos», por el hecho de haberlo conocido en el último periplo de su vida, en el de retorno a Badajoz después de su paso por el sur. Por edad, no tuve la suerte de conocer a ese Toto juvenil que tan épicamente retratan algunos de sus grandes y «auténticos» amigos, pero por lo que puedo deducir por mi trato con él en sus últimos años, su esencia era la misma que yo conocí. Aunque Toto solía relatar muchos episodios de su vida anterior con su peculiar elocuencia, no ha sido hasta la magnífica publicación de ‘Toto Estirado. Notas e imágenes de un poeta confuso’, de Manolo Sordo (padre e hijo), cuando hemos podido contextualizar todo su recorrido vital. Mi Toto aparece por Badajoz a finales de los años 70, y tengo que decir que me llamó poderosamente la atención ese personaje extravagante con un cuadro bajo el brazo que siempre iba despotricando contra todo lo que se movía. 

Pero hubo un hecho que marcó el punto de inflexión en el aumento de mi interés por conocerlo. Fue aquella performance que realizó por las calles de Badajoz, pintando con óleo cruces gamadas en lugares señalados de nuestra trágica contienda civil, por ejemplo en la antigua plaza de toros. Quién lo iba a decir! posmodernismo en el Badajoz de los 70. Aquello crujió en mi mente y me preguntaba qué nos estaba diciendo con aquella actuación. Por mucho que algunos se empeñen en relacionar a Toto con la «Victoria» nada más lejos de la realidad, aquello era un acto de pura transgresión. En ese momento, mi inquietud juvenil me incitó definitivamente a conocerlo, y una mañana que lo vi con un cuadro bajo el brazo, me decidí a entrarle y con una larga «cambiá» lo paré en los medios de la plaza de Minayo. Recibí «cornadas hasta en el carnet de identidad», y acabé comprándole, con todas las perras que llevaba, aquel magnífico «Ortega Muñoz». Bueno, más tarde me enteré que era alquilado, pues con cierta alevosía lo recuperó unos días después, pero también es cierto que el dinero que le di se lo gastó en nuestro primer «festivalillo». A partir de este momento se empieza a fraguar una amistad fraternal que durará hasta el final de sus días. Aunque muchos consideran al «Doctor» un truhán, un pícaro e incluso un miserable, para mí fue un maestro que, ciertamente, no se regía por las normas comunes, y que buscaba un sentido en su vida que no pasaba ni por la obsesión por poseer, ni por la moral instaurada, como decía en uno de sus elocuentes chascarrillos: «miro al suelo y me elevo». 

Eso sí, tuvo otras esclavitudes. Toto es un pintor valorado y denostado por partes iguales, pero de lo que no hay duda es que en su obra, en cada una de sus pinceladas, está escrita su vida, su urgencia por vivir con intensidad cada momento y quizás es ahora, que su arte empieza a ser reconocido por algunas instituciones foráneas, cuando algunos comienzan a apreciar su genialidad. Además de pintor, era ciclista, nada «globero» por cierto, como pude comprobar en algunas rutas que realizamos. También era torero de «espantás», pero algo de lo que no se habla mucho y para mí era su gran tesoro, era su verbo. Con solo dos palabras era capaz de transformar lo más anodino en lo más maravilloso, y cuando llegaba a cualquier sitio tardaba poco en tener pendiente de él a todo el pueblo, desde el churrero hasta la alcaldesa. Otra de sus capacidades era desnudar a sus interlocutores, descubriendo al instante su nobleza o mezquindad, como él decía «conozco al perro por su cagada y al pájaro por su vuelo», lo que en ocasiones, dado su poca afición a callarse, producía situaciones hilarantes. 

Cuánto me he reído con Toto! Han pasado ya casi 30 años de su fallecimiento y seguimos hablando de él, porque fue una persona singular que caló de una forma o de otra en la gente, independientemente de su nivel social o cultural y además no era nada clasista, porque todos en alguna ocasión fuimos víctimas de su impertinencia... «Manolo, eres un siniestro». Somos muchos, variados y variopintos los «amigos bastardos» de Toto, y seguro que cada uno podría contar multitud de vivencias, curiosidades y anécdotas, semejantes a las que se narran en estas cuatro letras, por eso me gustaría recordar a los que se arrogan la patente de amistad, que «hasta el rabo, to es toro».