Opinión | EL CHINERO

Tarzán

Cavacasillas no tiene asegurada su presencia en las listas de su partido al Congreso si se convocan nuevas elecciones

Antonio Cavacasillas con Eladio Buzo, en el último pleno del ayuntamiento.

Antonio Cavacasillas con Eladio Buzo, en el último pleno del ayuntamiento. / S. GARCÍA

Es un chascarrillo malintencionado referido a los hombres que deciden separarse de sus parejas. Se dice de ellos que son como Tarzán, el personaje de la selva que no suelta una liana hasta que no tiene agarrada otra de la que depende para no caer al precipicio. Un hombre no deja a su mujer si antes no tiene a otra al alcance a la que sujetarse. Este mismo chiste cargado de bilis podría aplicarse a muchos políticos que, una vez que obtienen el carnet del partido y abanderan su vocación por el servicio público, no son capaces de abandonar el sillón ni con agua caliente, de una corporación a otra, de un hemiciclo a otro. En su vida laboral no figura otra tarea que la de la dedicación al bienestar ciudadano, una entrega de la que cuesta despegarse. 

Nos hemos tenido que enterar por el Boletín Oficial de la Provincia (BOP) -que no por boca del alcalde, Ignacio Gragera, ni por la de otro miembro del equipo de gobierno- de que Antonio Cavacasillas, a la sazón primer teniente de alcalde y concejal del Instituto Municipal de Servicios Sociales (IMSS), Mayores y Mujer, ha renunciado a su sueldo municipal, que no al acta de concejal. Todavía. No porque vaya a trabajar por amor al arte, que tampoco es cuestión de semejante sacrificio, sino porque Cavacasillas es además diputado en el Congreso por el PP y si cobra por la Cámara Baja no puede hacerlo además por el ayuntamiento, o viceversa. Ambos emolumentos son incompatibles, por ley, por ética y por sentido común.

Lo que no es incompatible es seguir ejerciendo como concejal y diputado, a pesar de las dificultades prácticas que esta doble tarea pueda suponer para quien llegó a ser candidato putativo a la alcaldía de Badajoz. Sobre todo por las arduas responsabilidades que sus delegaciones municipales conllevan. Cavacasillas las conoce porque las asumió en la legislatura anterior. Sus predecesoras dieron buena muestra de la dedicación que Servicios Sociales y Mayores exigen. Su compañera de grupo Dolores Álvarez Nogués duró pocos meses al frente del IMSS por la dificultad de compaginar su vida personal con las obligaciones de la gestión municipal. Antes que ella, Rosario Gómez de la Peña ejemplificó la dedicación absoluta a costa de no poder disfrutar nunca de vacaciones y rehusó repetir en la última candidatura de Francisco Javier Fragoso. Cavacasillas sabe dónde está y las exigencias de su cartera, que le dejan pocos huecos en la agenda local.

Si los resultados de las elecciones nacionales hubiesen definido un claro vencedor, Cavacasillas lo tendría más claro. Pero no se atreve. No puede. Seguramente su intención era dedicarse de lleno a la política nacional y pasar página en el ayuntamiento. El problema es que no tiene afianzado el escaño en el Congreso. Ni su líder, el popular Alberto Núñez Feijóo, ni el socialista Pedro Sánchez tienen asegurada la investidura. Si no hay acuerdo para formar gobierno habrá que volver a las urnas. Al censo se sumarán Papa Noel, San José, la Virgen y el Niño Jesús. Si eso ocurre, tendrían que presentarse nuevas candidaturas y Cavacasillas no tiene apuntalada su presencia en las listas de su partido. Nadie la tiene. De ahí que siga compatibilizando su responsabilidad nacional con la municipal. Una decisión apresurada podría dejarle sin nada y no está dispuesto a que su carrera política termine tan pronto. Es un político Tarzán. Como lo es Guillermo Fernández Vara, que la noche electoral al ver que había perdido la mayoría absoluta se apresuró a lanzar que volvía a su trabajo como forense. No ha vuelto. El Senado es muy tentador y debe ser muy entretenido. Tampoco se ha resistido el popular José Antonio Monago, al que debió convencer su compañero de filas y exsenador Francisco Javier Fragoso, que ha tardado dos años en incorporarse a su puesto en la universidad. Y porque no le quedaba otro.

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