Opinión | La atalaya

Cristianos (I)

Hace treinta años apenas había arqueología medieval en España. Se hacían excavaciones, o lo que entonces se llamaba así, en yacimientos de ese periodo o que tenían niveles atribuibles al mismo. Pero no había apenas técnicos -arqueólogos- especializados en la Edad Media, ni en la neogótica ni en la islámica. En el primero de los casos, se encomendaban -no existían las empresas de arqueología- a historiadores medievalistas, quienes, sin preparación adecuada -no es lo mismo historiar desde los documentos que desde los restos materiales-. Hacían lo que podían. Generalmente se basaban solo en fuentes escritas para intentar clasificar lo aparecido. Y eso llevaba -lleva- a errores de bulto. Cuando el sitio tenía niveles del citado período se estudiaban sin demasiado interés, porque no era eso lo buscado. Hubo quien, sin la mínima ética profesional, los destruyó. En este capítulo de actuaciones, se pensaba que poseer un título universitario cualquiera -se podía ser militar o economista- y tener interés bastaba para cualificar al autor del descalabro. Por suerte, las cosas fueron variando.

En nuestro país, hacía casi cincuenta años, desde la jubilación del longevo y venerado maestro Manuel Gómez-Moreno (1935), no se impartía arqueología de al-Andalus -hispanomusulmana, se la llamaba, con un inequívoco tinte nacionalista- y eso se dejó notar, y mucho, en la ausencia de técnicos capacitados. Aunque, siempre se puede espigar alguna excepción. De la etapa neogótica -observen que no digo cristiana- no puedo ni hablar. Todo se reducía a Historia del Arte, materia respetada y respetable por sí misma, pero incapaz, por método, de sobrepasar los límites de lo escrito en las crónicas y de lo identificado en los estilos y, sobre todo, mal preparada para manejar lenguas. Tampoco en eso los arqueólogos se prodigaban. Y no hablo de las modernas, excepción hecha por entonces de la francesa. Me refiero a las clásicas: latín, griego y árabe. Se daba mucho el uso de traducciones, con sus problemas de interpretación, y apenas el manejo de los textos en sus idiomas originales. El panorama era sombrío. A las publicaciones me remito. Badajoz no era ajeno a eso.