Opinión | EL CHINERO

Desde la barrera

De qué han servido las 1.526 firmas para reclamar seguridad en el Casco Antiguo. No han tenido respuesta

En la Tapería de Carmen rompieron un cristal para robar.

En la Tapería de Carmen rompieron un cristal para robar. / S. GARCÍA

El domingo pasado, el primer teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Badajoz, Antonio Cavacasillas, no participó con su club en la media maratón Elvas-Badajoz. Corredor habitual, ese día no pudo colocarse el dorsal porque tenía otros compromisos. A la misma hora que sus compañeros corrían y llegaban a Badajoz, tuvo que salir de casa en coche. Fue entonces cuando entendió las quejas de los vecinos de esta ciudad cada vez que se celebra una carrera que corta avenidas y calles principales. Cavacasillas no comprendía como corredor estos lamentos. Esta vez lo pudo ver desde fuera y ponerse en la piel de los conductores que, pacientes, tienen que aguantar sin posibilidad de réplica que pasen cientos de atletas por delante de sus parabrisas antes de poder seguir su camino y cumplir sus planes de domingo, sean urgentes o no. Existe información previa del ayuntamiento y de la Policía Local sobre las calles que se cortan al tráfico. Pero avisar no exime de la culpa por la desorganización. El remedio se echa en falta el día de la carrera. No estaría de más colocar carteles que indiquen rutas alternativas con suficiente antelación para que el conductor no se vea atrapado en un callejón sin salida que no tiene vuelta atrás. Sólo le queda armarse de infinita resignación.

Lo que le ocurrió a Cavacasillas es lo que posiblemente sucede a quienes las últimas semanas, meses, valoran el problema de inseguridad en el Casco Antiguo desde fuera. Lo analizan desde la barrera. No lo sufren. No están dentro. No son víctimas sino espectadores y así es imposible que sopesen las verdaderas dimensiones de un conflicto que se acrecienta día a día y que, o se le pone remedio ya, o dará al traste con todo el trabajo realizado los últimos años para la revitalización del barrio que fue el origen de esta ciudad. Pocos responsables de los que toman decisiones viven en el Casco Antiguo.Lo conocerán de día, cuando caminan en dirección a sus reuniones, a inaugurar exposiciones o a tomar café. Pero cuando cae la noche y las calles se tornan desiertas, están a salvo más allá de la periferia del centro histórico.

Son los vecinos y sus familias, los hosteleros, los comerciantes y sus clientes, los profesores y sus alumnos en los centros formativos que funcionan en este entorno los que sufren la delincuencia galopante adherida al narcotráfico. Hay que estar ciego para no ver las sombras que pululan desde San Juan hasta la plaza Alta y desde Joaquín Costa hasta El Campillo.

Estos responsables de tomar decisiones no son capaces de reconocer que el problema existe. Desde la barrera no se ve. Da igual que la semana pasada se produjeran cuatro robos en otros tantos establecimientos en los que los ladrones encuentran dinero rápido y fácil con el que saciar su incontinencia. Da igual que esta semana hayan ocurrido otros cuatro asaltos en bares en apenas 24 horas. Da igual. Las estadísticas les dicen que todo está bien, que Badajoz es una ciudad tranquila, con poca delincuencia y sin apenas delincuentes. Pero a los ciudadanos que viven, trabajan y visitan el Casco Antiguo no les consuelan las estadísticas. Los balances positivos no mitigan el miedo por lo que pueda ocurrirle a sus hijos cuando van y vienen de clase solos, ni su temor a encontrarse una noche con algún indeseable que no tiene nada que perder a cambio de conseguir unas monedas con las que calmar momentáneamente su dependencia.

De qué han servido las 1.526 firmas recogidas para reclamar mayor seguridad en el Casco Antiguo. No han tenido respuesta de la Delegación del Gobierno ni del ayuntamiento. Ni eso merecen. A la estación de autobuses siguen llegando toxicómanos con caras nuevas e idénticas urgencias, que se dirigen a los puntos de venta cuya ubicación es vox populi, que se disputan las puertas de los supermercados para colocar el cazo, que okupan casas en ruinas, que tienen asegurada comida caliente al mediodía y bocadillo en la cena y que asaltan bares y vidas sin que nada ni nadie les ponga freno.