Opinión | EL CHINERO

Repique de campanas

Al patrimonio histórico rehabilitado hay que darle uso para dotarlo de vida

Repique de campanas

Repique de campanas / A. M. R.

El reloj del emblemático edificio de Las Tres Campanas está parado. Se detuvo dos minutos antes de las 19.30 horas en algún momento de la historia de este precioso inmueble, encargado por la familia Ramallo en 1899 al arquitecto Ventura Vaca. Fue juguetería hasta que cerró en 2003. Pasó a manos de Caja Rural de Extremadura, que nunca le dio un uso definitivo, salvo para actos puntuales. Hasta que lo compraron los Guerrero que, más que recuperar, han potenciado y ensalzado su valor. Han dotado al Casco Antiguo de un nuevo espacio hotelero y hostelero que reúne todos los condicionantes para recobrar acrecentado el protagonismo que, hace más de 20 años, tuvo como local comercial en la céntrica plaza de la Soledad.

Con la reapertura de Las Tres Campanas, no son pocos los que al atravesar la plaza expresan su deseo de que bien podría correr la misma suerte el edificio de La Giralda, propiedad de Telefónica, que lo adquirió a la familia Cancho en 1988 y no ocupó hasta 1992. Está sin uso desde el verano de 2002. Casi a la par que Las Tres Campanas, sus siluetas han estado dos décadas dando forma al perfil del centro histórico sin vida en su interior. En La Giralda llegaron a trabajar un centenar de personas cuando fue sede de Telefónica. Una plantilla que se fue reduciendo paulatinamente hasta que cerró. La compañía lo puso en venta y despertó intereses que no han llegado a materializarse. Ahí sigue, con el Giraldillo haciendo equilibrios. Sólo abre sus puertas cada edición de La Noche en Blanco, como demostración de lo que fue y no ha vuelto a ser.

En Las Tres Campanas ha sido la iniciativa privada la que ha sacado adelante, sorteando escollos. Un proyecto que sin duda va a revitalizar su entorno, pues se ha convertido en punto de encuentro no solo del Casco Antiguo, sino de toda la ciudad y hasta de las poblaciones cercanas, tales son las expectativas que ha generado, incluso antes de abrir. Bien merecidas, pues la propiedad no ha escatimado esfuerzos ni guita a la hora de retomar su historia en el punto en el que se detuvo. Que repiquen las campanas por la implicación de estos empresarios. Claro que cuanto más dinero se deposita en los sueños más noble puede ser el material para esculpirlos. Pero hay quien teniendo posibles prefiere invertirlos en su propio provecho y otros cuyos caprichos y fantasías se convierten en inspiración de la comunidad que los rodea.

La iniciativa privada ha sido capaz de sacar adelante lo que las administraciones no han podido o sabido hacer. Es de justicia reconocer el esfuerzo del ayuntamiento en recuperar inmuebles históricos abandonados al olvido y en riesgo de perderse. Lo ha hecho con las Casas Consistoriales, en la plaza Alta; las Casas Mudéjares, en la plaza de San José; la ermita de Pajaritos, La Galera en los jardines del mismo nombre y la iglesia de Santa Catalina. Obras todas ellas que han puesto en valor los edificios y los han recuperado para el inventario del patrimonio histórico local. Una lista que van a engrosar el antiguo colegio de San Pedro de Alcántara, cuyas obras están a punto de culminar, y el conventual de los franciscanos en la calle San Juan, donde no acaban de arrancar. El primero se convertirá en sede de la Escuela de Artes y Oficios y al segundo se trasladarán servicios municipales.

Ese debería ser el camino: rehabilitar, recuperar y dar uso y dotar de vida, como han hecho los empresarios de las Tres Campanas. Una vida que se extiende y traspasa los límites del propio edificio, a diferencia de lo que ocurre con La Galera, las Casas Consistoriales, Pajaritos e incluso Santa Catalina, cerrados casi siempre y sin apenas actividad que trascienda más allá del interior de sus paredes. Donde no hay vida el tiempo se detiene, como le ocurrió al reloj de Las Tres Campanas, que ha vuelto a marcar las horas de su historia, aun con sus manillas inmóviles.