Opinión | Disidencias

Churretones

El churretón es una enmienda a la totalidad a la higiene urbana, a la movilidad social y al civismo internacional. Existen churretones de calzada y asfalto, más difíciles de ver y estudiar, y de acera o plataforma única, familiares y cotidianos. Hay churretones aislados, como surgidos en soledad y en soledad desarrollados, churretones que parece como si siguieran un rastro por su horizontalidad en el espacio o marcharan en manada por su vocación de grupo, que les hace más fuertes, estables y visibles. Hay churretones de aceite, gasolina, grasa de no se sabe qué vehículo, producto o especie, el líquido que procede de los detritus de una bolsa de basura rota y que va dejando su imprudente reguero, la meada de un perro o sus congéneres o sus dueños o esos seres humanos que no se aguantan y tiran para adelante en cualquier esquina o entre dos coches, vaciando sus vejigas, sin vergüenza o con exceso de alegría para el cuerpo. Churretones, en fin, que vienen de un escupitajo, de un vómito, de los restos de una botella de alcohol u otra mezcla etílica, por no hablar de sustancias de dentro o fuera del cuerpo que, en un momento dado, acaban en el suelo, sea acera o asfalto, sin olvidar esos otros churretones que derivan de productos tóxicos, químicos, alimentarios, alienígenas o mortuorios, que también salen a nuestro paso. Obviamente, también hay churretones de agua que, gracias a un milagro o por un descarado desafío a las reglas de la naturaleza, no han logrado secarse y, si lo han hecho, han dejado mancha o cerco. Hay churretones que perduran en el tiempo, que son imperturbables ante cualquier ataque que particulares o profesionales de la limpieza emprendan con todo tipo de recursos y churretones que apenas permanecen durante unos segundos, pero estos son los menos, catalogados como extraños misterios sin resolver. Hay churretones que nadie explica su presencia. Por ejemplo: ves que se está poniendo un acerado nuevo o plataforma única y cuando ya vas por la tercera loseta o baldosa, en la primera ha aparecido un churretón y, yendo por la séptima, en la primera continúa, añadiéndosele un churretón a la quinta y así sucesivamente y en progresión geométrica, hasta el punto de que cuando has terminado la calle, hay más churretones que losetas, en una titánica lucha entre el obrero e ingeniero y el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. El churretón tiene vida propia, aparece como si nada, avanza, no tiene límites y, cuando crees que lo has vencido, allí sigue, esperando a que lo conviertas en patrimonio histórico. Hay churretones grandes, enormes, diminutos, amorfos o con juguetonas y divertidas formas que acabamos clasificando como obras de arte contemporáneo, desconociendo si se debe a la improvisación, a la habilidad del obrero o que iba en el inicial proyecto. ¿Quién no ha caminado por una calle, vieja o nueva, y no ha encontrado a su lánguido caminar churretones, hermosos y pegajosos, secos o mojados, a los que respetamos hasta el punto de pasar por su lado con tal de no pisarlos? El churretón es vida y arte, belleza y sorpresa, la señal de que una ciudad nunca acaba de estar en perfecto estado de revista.