Opinión | La frontera

Pajarinos

Me hubiera gustado saber del trinar de los pájaros y descifrar así lo que parecen querer contar

Este año en Extremadura hay primavera. Pasa pocas veces. Aquí, según cuentan y según me alcanza la memoria, se pasa del invierno al verano en un pispás, tan rápido que no da tiempo casi a estrenar la ropa de entretiempo, tan bonita en los escaparates. Así que estamos como embobados, de buen humor. Llueve, hace sol, hace frío de nuevo, y la rebequita, tan del norte, tan de paseo de San Sebastián, no abandona el asiento de atrás del coche.

Incluso el paraguas sigue ahí, sin resistirse a dejarle el sitio a las sillas de la playa, o al parasol de color plata para evitar que queme el volante. El césped está ingobernable y los rosales siguen desbordados, enhiestos, sin temor a agostarse antes de tiempo. Me hubiera gustado saber del trinar de los pájaros y descifrar así lo que parecen querer contar. Casi una algarabía de niños a la salida del colegio. Una aplicacion en el teléfono identifica sus nombres. Y deja un poso de insatisfacción, de fría decepción, saber el “titulo” científico, sin el mote por el que se le llamaba en los pueblos y , sobre todo, sin que esa ficha desvele el contenido del cuchicheo de esta mañana.

Los huevos revueltos, el aguacate, las nueces … sobre la mesa. El café en las manos, y la mirada perdida. No hay noticias, música, llamadas, ni mensajes. Todo puede esperar. Solo estoy yo. Acompañada por el aire fresco, el horizonte que se camufla tras la parra, la higuera, los agapantos recién abiertos. Un silencio ligero aletea despeinándome. Me vuelvo, intuyendo la necesidad de medir los movimiemtos. Despacio. Me mira. Un instante lento brevisimamente largo. Le miro. Pude ver con detalle sus plumas, su cabeza carmín, la lengua mínima que vibra, chasqueando ese segundo en que me pregunta y yo no sé contestar. Asiento, sin embargo. Por si acaso. Por si quiere pedir permiso para quedarse aquí a vivir. Por si quiere saber si me gusta su canto. Por si quiere saber si todo está bien. No le voy a hablar del miedo. De los niños muertos en la guerra entre Israel y Palestina, de los que perdieron su casa, sus hijos, su vida, en una Ucrania que parece casi olvidada. Del terror en Yemen, que nadie nombra. De la masacre perpetrada por Azerbaiyán contra el pueblo armenio en Nagorno-Karabaj, de los otros genocidios, el de Tigray en Etiopía; el de la República Democrática del Congo y el de Darfur en Sudan, que no salen en la prensa y por los que ningún estudiante se manifiesta. No tienen sombra que les cobije, ni lágrimas que les llore su pena, tan antigua. No, no le digo nada de eso. No le espanto con la maldad, le dejo creer en la armonía, en el equilibrio perfecto sobre esa rama que ni siquiera se balancea, en la primavera que respira. Así que, sí. Sonrio. Dándole alas. Deseándole buen vuelo. Buen día