Opinión | Disidencias

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Hay que reconocer que tienen valor para hacer el ridículo sin despeinarse

Estaban tardando, pero ya salieron de sus madrigueras, léase casoplones, áticos o chaletes a pie de playa en Los Alemanes. Con Almodóvar, por supuesto, a la cabeza -que, cuando no hace películas, inventa conspiraciones que atribuye, obsesivamente, a la derecha- y algunas unidades bajándose de ese tren no sin numerosas críticas y descalificaciones por parte de estos pontífices de la libertad de expresión. Que le pregunten a Sabina o a Ángel Garó o a tantos que callan por no sufrir la ira, en esta ocasión de la izquierda o la ultraizquierda mediática, que la semántica va por barrios y las trincheras también tienen amos y soldados. Ahora, los herederos de los de la Zeja, 180 por más señas -aunque, solo han dado apenas una docena, donde se han colado entre los artistas, algún político o científico que otro y, como no, los líderes sindicales que, ahora sí, ven un deterioro en las conquistas sociales y un retroceso en la democracia-, suscriben un textillo titulado, ojo a la patada gramatical, ‘A las urnas las ciudadanas y los ciudadanos’, con el pretexto de la «nueva ofensiva conservadora con derivadas ultraderechistas». Los abajo firmantes forman parte de esa larga tradición de eruditos a la violeta que, aburridos entre sus abultadas cuentas corrientes o el papeleo para acceder a una subvención y, desde luego, despreciando al pueblo, que es plural, variopinto y de todos los colores, y acude a sus espectáculos o compra sus creaciones, escriben infumables manifiestos donde recorren lugares comunes, frases hechas e ideas romas, repetitivas y, curiosamente, olvidadas cuando les conviene y deslizar, cuando creen que toca, el advenimiento del apocalipsis con el presumible cambio de gobierno. Resulta patético y provocan ternura que, algunos de ellos forjaran sus carreras con Franco, hayan vivido como dioses con gobiernos de la derecha y sientan la necesidad de callar cuando quien gobierna es la izquierda y asalta las instituciones del Estado, pacta con filoterroristas, se indulta a golpistas, se cambian leyes a la carta, se camuflan a los parados ahora denominados fijos discontinuos, la cesta de la compra se pone por las nubes -para ellos no, que están en su burbuja- o salen a la calle a agresores sexuales o se les rebaja las penas, por no decir que callan ante las barbaridades y derivas del totalitarismo tanto en tierra patria como allende nuestras fronteras, pongamos que hablamos de Marruecos y las pateras o la valla, Venezuela y su tragedia, Cuba y el paraíso en el cual no fijan su residencia y esa Nicaragua atroz que ahora se dedica a condenar a curas a veinte años de prisión solo por decir en sus homilías que el régimen es liberticida. Hay que reconocer que tienen valor para hacer el ridículo sin despeinarse. Luciano de Samósata, un griego de finales del siglo II se empeñó en combatir las diferentes imposturas de falsos filósofos, pedantes llenos de arrogancia, peligrosos santones, avariciosos profetas y manipuladores a granel y en una obra titulada ‘Alejandro o el falso profeta’, ya trata el tema de la esperanza y el miedo, dos elementos que nos atenazan como individuos y cómo los impostores del sentido común no hacen más que asaltar nuestra buena fe. Nos advierte contra ellos, los típicos lobos con piel de cordero y nos recomienda desenmascararlos con verdades rotundas que vacíen de contenido sus estafas intelectuales.