Opinión | EL CHINERO

Sin botellón

El papel de la Policía Local debe ser controlar e impedir la venta de alcohol a menores. Esa es su función

Botellón en el parque Infantil que disolvió la Policía Local de Badajoz.

Botellón en el parque Infantil que disolvió la Policía Local de Badajoz. / Andrés Rodríguez

Mal camino lleva una sociedad que cuida más a sus mascotas que a sus jóvenes. En Badajoz existen parques caninos en los que los dueños pueden ir a disfrutar de sus perros y los perros de sus dueños, con árboles, bancos, fuentes y elementos para que los animales se ejerciten, corran y se desfoguen mientras sus amos socializan con otros amos y hacen pandi. Los perros y sus propietarios tienen dónde reunirse en Badajoz. No así los adolescentes: esos chicos con granos demasiado mayores para quedar en parques infantiles y demasiado pequeños para que los dejen entrar en los bares.

En el inicio de la pandemia el ayuntamiento decidió, por decreto del alcalde, que no autorizaba la celebración del botellón en ningún espacio público de la ciudad. Prohibido. Así sigue. En aquel momento, durante la crisis sanitaria, tenía sentido, pues las concentraciones favorecían la expansión del virus. Ahora que hemos dejado las mascarillas, el equipo de gobierno se mantiene en sus trece y continúa sin permitir que los jóvenes se puedan reunir, independientemente de que los congregados estén consumiendo o no bebidas alcohólicas. Que se sepa, en los últimos botellones que ha disuelto la Policía Local en el parque Infantil los agentes lo que hicieron fue dispersar a los adolescentes allí concentrados, sin saber si estaban o no tomando cubatas y qué llevaban en las bolsas. Con esta prohibición general, el ayuntamiento lo que está haciendo es que los jóvenes que no tienen edad (ni dinero) suficiente para acudir a un bar porque no pueden beber alcohol, carezcan de un espacio al aire libre en el que quedar y reunirse, porque está prohibido. Los perros, sí. Los adolescentes, no.

Alega el alcalde, Ignacio Gragera, varios motivos. Por un lado: el derecho al ocio tiene que conjugarse con el descanso de los vecinos. Así debe ser, aunque en esta ciudad haya excepciones tan excepcionales como el Carnaval, donde el derecho al descanso se desvanece en los lugares donde se celebra esta multitudinaria fiesta. Todo sea por su reconocimiento de Interés Turístico Internacional, que está por encima de cualquier derecho individual. En todo caso, este impedimento se soluciona si el lugar autorizado para que los jóvenes se reúnan está alejado de viviendas, lo suficientemente para no molestar a sus moradores.

Antes del decreto de prohibición, el único espacio permitido era la explanada junto a Lusiberia. Gragera tiene razón cuando alega que para acudir allí se necesita vehículo y la conducción está reñida con el consumo de alcohol. Una solución podría ser facilitar transporte público, ¿no? Como en la feria de San Juan. Habría que estrujarse un poco la sesera y buscar un sitio donde el ruido de las pandillas no moleste a quienes trabajan al día siguiente. Lo hay: la orilla izquierda del río, como en tiempos se permitió. Ah no, que allí hay bares y les molestaría. Pues el foso del baluarte de San Vicente o la explanada del mercadillo de los martes. Seguro que en Badajoz hay algún lugar al que se pueda llegar caminando alejado de viviendas.

Otra razón esgrime el alcalde. Dice que el ayuntamiento debe fomentar los hábitos saludables y beber alcohol no lo es. Como si los adultos pudiésemos dar ejemplo. Qué poco se acuerda de estos hábitos en Carnaval o en la feria. Además ese papel deben asumirlo las familias, no la Administración que, por otro lado, lleva años organizando actividades de ocio alternativo sin que se sepa qué resultados están obteniendo, porque los jóvenes siguen queriendo celebrar botellón y en cuanto tienen oportunidad, autorizada o no, se juntan en masa, ya sea en un parque o en la puerta de una macrodiscoteca.

Lo que tendría que hacer la Policía Local es controlar, impedir y sancionar la venta de alcohol a menores. Esa debe ser su función para evitarlo. Y el ayuntamiento, ofrecer alternativas reales, en lugar de discursos moralistas.

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