Opinión | La atalaya

El Duque (VI)

Magalotti tomaba puntual nota no solo de cómo se desarrollaba la agenda de su patrón, sino de las particularidades del sitio visitado. Son, precisamente, esos comentarios los que nos ayudan a tener una visión más certera de cómo era, o cómo la veían ellos, una plaza como la de Badajoz, que acababa de salir de la cruenta guerra de Independencia de Portugal y había sufrido sus efectos. Incluso los de, tiempo atrás, un duro asedio. Una de las cosas que llamó la atención del secretario es que la plaza quedaba casi convertida en una península por la confluencia del Guadiana, del Rivillas y del Gévora. No dejaba de ser una fantasía, pero se señala, y eso se me antoja interesante, la intención de Don Juan de Austria, el hijo de Felipe IV, de rodearla con un gran foso para convertirla en una isla. Se describe el Castillo Viejo, la actual Alcazaba, pero no se afirma explícitamente haberla visitado. Es obvia la prohibición de hacerlo, por razones de seguridad. A pesar de encontrarse allí por entonces la catedral, en su primitiva sede, y la residencia del obispo, éste lo recibió lejos, en el convento de San Francisco. Toda la región se hallaba en proceso de desmilitarización, pero era razonable que no se permitiera penetrar en aquel reducto a un grupo de extranjeros. 

Parece, y no puede ser casualidad, que lo más llamativo de la ciudad para los italianos eran sus fortificaciones, descritas en la obra con un cierto detalle, pero advirtiendo su debilidad. No es menuda cosa semejante opinión en boca de quienes tenían en su territorio alguno de los mejores recintos europeos, porque, contra las más difundidas, el perímetro abaluartado badajocense dejaba mucho que desear y a partir de nuestra Guerra de Sucesión menudearon los proyectos para mejorarlo.  Bien es cierto que la mayoría quedaron en eso. Y, lo más llamativo -o quizás irritante-, cuando las tropas napoleónicas se presentaron ante el recinto, algo menos de siglo y medio después, opinaron lo mismo. Ese ha sido siempre un mal muy de aquí. Proyectos nunca cumplidos y cansinamente dilatados. Las excusas para todo han sido un género literario muy practicado por nuestras administraciones. Echen la cuenta y verán que no miento.